De mi violín consigo el mayor regocijo en la vida (por A. Einstein)

Einstein tocando el violín en Tokio, acompañado al piano por su segunda esposa.

La práctica científica suele ser absorbente y extenuante y no es raro que muchos científicos busquen cierto equilibrio en otras actividades, ya sean físicas o intelectuales. Fue el caso de Albert Einstein y la música. Para Einstein la práctica musical fue una afición emotiva, un agarradero emocional que le acompañó toda su vida: «No puedo imaginar mi vida sin tocar música. En tiempos difíciles, y también en los felices, pude enfrentarme a mí mismo y al mundo porque siempre tuve esa evasión. Lo hace a uno libre e independiente», le escribió a su nieto mayor –que heredó el último violín de su abuelo–.

Einstein tocó el violín –y a veces también el piano– con casi cualquiera que se le pusiera a tiro; con sus hijos, con compañeros de estudios, con colegas de profesión, con amigos íntimos, con desconocidos, con virtuosos y con aficionados, en Zurich, en Berna, en Berlín, en Princeton…

Si no hubiera sido un físico -afirmó en cierta ocasión-, probablemente habría sido músico. A menudo pienso en música. Vivo mis ensueños en música. Veo mi vida en términos de música… De mi violín consigo el mayor regocijo en la vida.

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