Marie Jean Antoine Nicolas de Caritat, más conocido como marqués de Condorcet fue un destacado miembro de La Ilustración, descrita en el Diccionario de la Lengua Española como el «Movimiento filosófico y cultural del siglo XVIII que acentúa el predominio de la razón humana y la creencia en el progreso». Condorcet fue matemático, filósofo, político y otras muchas cosas más. Discípulo de D’Alembert, publicó en 1765, con solo 22 años, su primera obra matemática, un ensayo titulado Du calcul intégral (Sobre el cálculo integral) que le granjeó el respeto de sus contemporáneos. Miembro de la Academia de Ciencias en 1769 (con 25 años), devino Secretario perpetuo de la misma años después. Su prestigio era tal que D’Alembert, su maestro, le encargó muchos artículos para la Encyclopédie (la abuela de nuestra Wikipedia actual). Pero Condorcet no se quedó en las matemáticas. Educado en instituciones religiosas, fue conocedor de este tipo de enseñanza y no solo se convirtió en ateo sino que fue uno de los mayores defensores del laicismo en la educación durante los años de la Revolución francesa de finales del siglo XVIII. También defendió la causa feminista y el derecho al voto de las mujeres. Aunque tuvo un papel muy destacado durante la Revolución francesa de 1789, su actitud pacifista y racional así como su honestidad política le granjearon la enemistad de los partidarios de Robespierre y el 3 de octubre de 1793 se dictó una orden de arresto contra él. Aunque consiguió escapar y esconderse, el 25 de marzo de 1794 fue capturado y encarcelado, apareciendo cuatro días después muerto en su celda. Aunque las causas de su muerte no están claras, muchos sostienen que se suicidó. Sus obras completas se publicaron por primera vez en 1804 en 21 volúmenes y luego se reeditaron en 1847-49.
La prosa de Concorcet podía ser tremendamente irónica. Un pasaje que ilustra lo anterior y que probablemente no sería bien visto con los ojos políticamente correctos de hoy día es el que transcribo a continuación y que está tomado de su ensayo Réflexions sur l’esclavage des nègres («Reflexiones sobre la esclavitud de los negros«), escrito en 1777 y publicado en 1781. Al parecer del que esto escribe es toda una genialidad la forma que usa Condorcet para explicar que la esclavitud está mal, una obra maestra de la ironía:
«Acepto que hay profundos políticos que pretenden que los 22 millones de blancos o casi blancos que Francia alimenta no pueden ser felices si 300.000 o 400.000 negros no sucumben a latigazos a dos mil leguas de aquí. Alegan que es el único medio de disponer de azúcar y añil a buen precio. Así que cuando Luis X el Obstinado devolvió la libertad a los siervos de sus dominios, se afirmaba que, ya que serían libres de trabajar o no hacer nada, todas las tierras iban a quedar en barbecho. Los mismos políticos dicen aún ahora que la esclavitud de los negros no es tan lamentable como se pretende, que es una cosa bastante agradable para un africano que lo arranquen de su país, amontonado en un barco, en el que se encuentra tan bien que se ven obligados a no dejarle ningún movimiento libre por temor de que se suicide; ser luego puesto en venta como una bestia de carga, y condenados, él y su descendencia, al trabajo, a la humillación y a los golpes con nervios de buey. ¡Pues bien, los blancos no tienen ningún derecho a conceder ese beneficio a los negros y ya basta!».
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