Einstein, Poincaré y «Bareprof»

En la Universidad de Sevilla tenemos una aplicación informática para decidir qué candidato se contrata como profesor en algunas modalidades: profesor interino, ayudante doctor o profesor asociado. Estos tipos de contratos son muy importantes porque representan, en muchos casos, la vía de entrada a la carrera académica. La aplicación se denomina “Bareprof” y está pensada para ayudar a los candidatos a solicitar las plazas de profesor y a la comisión evaluadora a aplicar el baremo de puntuación de méritos de manera justa y rigurosa.

Einstein (primero por la derecha) y Poincaré (primero por la derecha sentado) en el Primer Congreso Solvay (1911)

La realidad es que “Bareprof” reduce el papel de la comisión a una mera acción administrativa. Es verdad que la comisión debe analizar la documentación aportada por cada candidato y valorar si se acepta cada uno de los méritos alegados por él. Además, la comisión puede calificar la afinidad mayor o menor de un artículo científico, o cualquier otro mérito, al perfil de la plaza en cuestión. Pero el caso es que, una vez validados los méritos, la aplicación ejecuta la baremación y otorga una puntuación numérica a cada candidato. Y dicha puntuación determina de manera irrevocable el resultado del concurso. La comisión no puede más que firmar su conformidad con el resultado arrojado por el algoritmo.

Sé que la historia de la universidad española está llena de episodios en los que las plazas eran otorgadas a dedo, de catedráticos autoritarios que imponían sus candidatos por encima del rigor y los méritos científicos, de luchas entre facciones por controlar los procesos de selección. Pero creo que eso no es lo habitual en nuestros días. Con todos sus defectos, nuestra universidad es abierta, plural y democrática.

Se me ha ocurrido pensar qué pasaría si dos personajes históricos se sometieran a “Bareprof” y he pensado en Albert Einstein y Henri Poincaré. Imaginemos que ambos se presentan a una plaza de ayudante doctor en el área de electromagnetismo, mi área, en nuestra universidad.

Uno de los principales méritos aportados por ambos candidatos en la materia serían los artículos que ambos escribieron casi simultáneamente en 1905, y que dieron origen a la teoría de la relatividad especial. El artículo de Einstein se publicó en junio de 1905 en la revista alemana “Annalen der Physik” y llevaba por título “Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento”.  El de Poincaré fue publicado en 1906 en la revista italiana “Rendiconti del Circolo Matematico di Palermo” y llevaba por título “Sobre la dinámica del electrón”.

  Einstein Poincaré
Deducción transformaciones de Lorentz No
Grupo de Lorentz No
Dilatación del tiempo No
Contracción longitudes No
Adición de velocidades
Transformación de los campos
Transformación de los potenciales No
Transformación de las fuentes
Aberración estelar No
Efecto Doppler No
Presión radiación No
Principio mínima acción No
Ecuación de movimiento (lento)
E. de movimiento (sin restricciones) No
Equivalencia masa-energía No
Discusión gravedad No
Espacio-tiempo  4 dimensiones No

La tabla muestra una comparativa de lo que ambos científicos lograron en esos artículos. Tendría uno la tentación de decir que Einstein gana por un ajustado margen de 11 logros a 10. Pero se ve enseguida lo absurdo de considerar algo tan conceptual en términos cuantitativos. Deducir la famosa ecuación de la equivalencia entre masa y energía[1], ¿puede considerarse acaso de igual mérito que encontrar la transformación relativista de los potenciales electrodinámicos? Si tuviéramos que decidir entre Einstein y Poincaré la tabla puede servir para que nos hagamos cargo de sus méritos, pero sería improcedente usarla para puntuar numéricamente a los candidatos.

Cualquiera de estos logros bastaría para asegurar a su autor un lugar en la historia de la física. Pero es probable que ambos científicos sucumbieran ante “Bareprof”. Einstein tenía entonces pocos artículos y ninguna docencia. La falta de docencia lastraría irremediablemente su puntuación. Poincaré ya estaba consagrado, pero era un hombre algo despistado. Durante su vida hubo varias ocasiones en que sus valedores le favorecieron a pesar de sus errores o le auparon siendo todavía joven, porque sabían de su valía. En esos casos, las personas responsables de tomar una decisión antepusieron su conocimiento cierto de las excepcionales dotes del matemático a cualquier otra consideración administrativa. Imagino que Poincaré se desesperaría con las absurdas exigencias informáticas de “Bareprof” y olvidaría incluir alguno de sus muchos méritos.

En la tabla siguiente he consignado lo que, me temo, arrojaría “Bareprof” tras evaluar a ambos científicos: ninguno sería apto para nuestra universidad, ya que se exige una puntuación mínima de 40 puntos para ser contratado.

El ejemplo de Einstein y Poincaré nos muestra que al evaluar a los candidatos a una plaza determinada hay elementos cualitativos difíciles de cuantificar. Por supuesto los méritos individuales acumulados por los candidatos deben pesar más que nada en la balanza, pero hay otras cuestiones que pueden tener importancia. Puede ocurrir que un candidato de 8,5 sea más idóneo que uno de 9 para una plaza. Y hay muchos posibles motivos para ello.

Sé que “Bareprof” es el resultado de meses de reflexión, discusión y negociación. Pero ocurre con las negociaciones largas y complejas que a veces arrojan resultados que solo producen frustración entre las personas y los colectivos implicados. Al final todos han cedido mucho y el resultado no es deseable para nadie. Creo que este es el caso de “Bareprof”, ya que no conozco a nadie que haya intervenido recientemente en algún proceso de selección que esté satisfecho con la experiencia.

Entonces ¿para qué sirve “Bareprof”? Entro aquí aún más en el terreno de la especulación. Puede que “Bareprof” sirva para evitar cacicadas, o no. Pero me temo que, sobre todo, “Bareprof” sirve para eludir responsabilidades. Si alguien reclama y nos lleva ante un juez, podremos decir: “fue una evaluación objetiva, yo solo firmé lo que dijo el algoritmo”.

[1] Esta ecuación no aparece en el primer artículo de Einstein sobre relatividad, sino en uno más pequeño publicado poco tiempo después del primero en la misma revista. Este segundo artículo puede considerarse una continuación natural del primero.

2 Comments

  1. Muchas gracias por tu cuidada exposición de un problema que la comunidad científica debe enfrentar cuanto antes: como eveluar en profundidad en un mundo de grandes datos en cuanto al número de candidatos y la variedad enorme de los temas. Unase a ellos el temor a las responsabilidades. Pero dejar suelto al algoritmo no es lo mismo que consultarlo.
    Hay muchas soluciones parciales eficaces que estén en marcha en las grandes universidades en las que deberíamos inspirarnos. Un artículo sobre el tema sería muy bienvenido.

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