Cuenta el anecdotario newtoniano que Newton sólo intervino una vez en el Parlamento inglés –del que fue miembro a finales del siglo XVII–: fue para pedirle a un ujier que cerrara una puerta que creaba una corriente de aire –según otros, una ventana–. Aunque los informes de la institución que han sobrevivido, donde no consta ninguna participación suya en los debates, parecen elevar la anécdota de la discreción parlamentaria de Newton a categoría. Así pues, la elocuencia parlamentaria de Newton no fue de las que hacen época. Claro que Newton bien pudiera tener más de una razón para permanecer callado, pues por aquellos años se discutieron en el Parlamento una serie de leyes sobre disidencia religiosa; esas leyes permitían amplia libertad de culto con dos excepciones: los católicos, a los que, tras los devaneos papistas del rey Jacobo II, se consideraba una amenaza para la soberanía del estado, y, también, a «cualquier persona que niegue, oralmente o por escrito, la doctrina de la Santa Trinidad». Para Newton, que fue un acérrimo convencido de que la Trinidad fue una corrupción católica de los textos bíblicos, no debieron de ser plato de gusto aquellos debates. Así que su discreción como parlamentario bien pudo ser más producto del miedo que de otra cosa.
Referencias
A.J. Durán, Newton y la ley de la gravedad, RBA, Barcelona, 2012.
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