Pobre Olavide, pobre Universidad, I

Cuando se creó en 1997 la segunda universidad pública de Sevilla, se la bautizó como Universidad Pablo de Olavide; llamarla así fue un acto de pura justicia, si tenemos en cuenta los desvelos que al ilustrado Olavide (1725-1803) le supuso el intento de reforma universitaria que trató de poner en práctica en el último tercio del siglo XVIII cuando fue Asistente en Sevilla -algo así como el delegado del Rey en Sevilla-. A la postre ese intento de reforma le costó una denuncia a la Inquisición —denuncia que acabó en arresto, juicio, condena, reclusión (en un monasterio), y exilio—. Dado además el rol principal que Olavide asignó a las matemáticas en su plan de reforma, vamos a dedicar un par de entradas a narrar aquellas peripecias.

«La universidad lo es sólo de nombre; y ni entonces ni ahora hay en ella aun la necesaria concurrencia de catedráticos y escolares».  Esto escribía Pablo de Olavide a Campomanes en marzo de 1769, recién nombrado Asistente de Sevilla, urgiéndole a reformar la Universidad. Comenzaba así la (moderada) piqueta ilustrada a transformar las viejas universidades del antiguo régimen: de instituciones de la Iglesia —la de Sevilla en particular, y no era un caso aislado, corrompida hasta sus cimientos— a universidades seculares cuya función principal será la de proporcionar servidores al Estado. Hasta entonces, 1769, la enseñanza de las matemáticas —de la ciencia en general— estaba ausente de la Universidad de Sevilla y, por más papel estelar que el Plan de Reforma de Olavide les asignara, todavía iban a estar fuera otro siglo más. El lugar de las matemáticas en la universidad antigua era la facultad «menor» de Artes —otorgaba el grado de Bachiller y Maestro, pero no el de Licenciado ni Doctor—. Allí encontramos desde 1562 una cátedra de Filosofía, algunas veces denominada de Filosofía Natural —y en alguna que otra ocasión se habla también de una cátedra (fantasma) de Astronomía—; no hay que dejarse engañar por el término Filosofía Natural: en esa cátedra se explicaba a Aristóteles —cuando se explicaba: durante el siglo XVIII y hasta la reforma de Olavide, el número de alumnos en Artes no solía superar los dos o tres por curso—. Y siguió explicándose a Aristóteles hasta finales del siglo XVIII, a pesar de toda la que le había caído al Filósofo y su filosofía natural durante el siglo XVII —Galileo y Descartes y Newton y …—

Pero la pésima situación de las enseñanzas de matemáticas no era privativa de la Universidad de Sevilla. En 1745, en una de sus cartas eruditas, el benedictino Feijoo apuntó algunas razones de «los cortos y lentos progresos que en nuestra España logran la física y la matemática», entre las que destacaba «el corto alcance de algunos de nuestros profesores […] que piensan que no hay más que saber que aquello poco que saben», «la preocupación que reina en España contra toda novedad, que basta en las doctrinas el título de nuevas para reprobarlas», «un celo, pío sí, pero indiscreto y mal fundado; un vano temor de que las doctrinas nuevas en materia de filosofía traigan algún perjuicio a la religión», y, como no, «la envidia […] que sería una gran cosa la nueva filosofía si hubiera nacido en España, y es sólo abominable porque la consideran de origen francés». Nada hay mejor que leer la autobiografía del doctor don Diego de Torres Villaroel, catedrático de matemáticas en la Universidad de Salamanca desde 1726 hasta 1770, para apreciar lo atinado del análisis de Feijoo.

La expulsión de los jesuitas en abril de 1767 es el desencadenante de las reformas universitarias, en general, y de la Olavide —la primera que se propuso—, en particular. Nada más irse los jesuitas, la Real Academia Sevillana de Buenas Letras envió a Carlos III un Memorial ofreciéndose a llenar el hueco académico dejado por los expulsados; este memorial adelantó buena parte de lo que después sería el futuro Plan Olavide. Ahí se solicitaban explícitamente las primeras cátedras para enseñar matemáticas —enseñanzas que, insistimos, no impartía la Universidad—: «[La Academia se ofrece] a la Real consideración, con todos sus individuos, aplicación y trabajo, por si se estimase conveniente el emplear algunos de ellos en el servicio de dichas cátedras vacantes, o de alguna otra nueva que con este motivo pueda establecerse, mediante faltar en esta Ciudad la enseñanza pública de Filosofía Moral, Derecho Público, Real Español y Matemáticas».

La misma Universidad, enfrentada a la Real Orden de 26 de septiembre de 1767, elaboró un informe que envió al Rey donde contemplaba algunas novedades: la más significativa fue el traslado de la Universidad a la Casa Profesa de los jesuitas —en la actual calle Laraña, donde se sitúa la Iglesia de la Anunciación y la Facultad de Bellas Artes—; también se sugiere introducir algo de Filosofía Natural experimental  y también la lectura de un curso de Matemáticas, empezando por la Geometría de los Elementos de Euclides.

Elogio a las matemáticas tal y como se lee en una copia manuscrita del Plan Olavide custodiada en la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla

No entraremos aquí en los asuntos generales de la propuesta de Reforma de Olavide, pero naturalmente sí trataremos el papel estelar que Olavide atribuyó en su Plan a las matemáticas.  Sobre ellas escribió Olavide: «La única ciencia que, entre la grosería de los siglos bárbaros, ha podido conservar su pureza es la Matemática; y aun puede decirse que la resurrección de las demás se debe al orden y método que esta ha inspirado en la enseñanza de todas. Cualquiera mediano conocedor distingue hoy las obras trabajadas por ingenios geómetras, de aquellas en que falta la precisión y arte que esta Facultad sabe prestarles. Esta reflexión hace, desde luego, ver la bondad y utilidad de las Matemáticas, por lo que creemos ocioso el inculcar lo conveniente de su estudio, pues el menos erudito sabe que a la propagación de él debe la Europa infinitos descubrimientos interesantes a la Sociedad, y la perfección en que hoy se ven todas las artes».

Todo el Plan de Olavide y, en particular, la presencia de las matemáticas debe mucho al Verdadero método de estudiar, un libro de Luis Antonio Verney que apareció en castellano en 1760.

Sueldo asignado a los catedráticos de matemáticas tal y como figura en una copia manuscrita del Plan Olavide custodiada en la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla

Olavide propuso: «En cuanto al método de estudios de la Universidad, deben hacerse cinco Cursos diferentes: uno de Física, otro de Jurisprudencia, otro de Medicina, otro de Teología, y otro de Matemáticas». Y más adelante: «El de Matemáticas debiera ser también de cuatro años. Pero haciéndonos cargo de que a la presente no abundan los profesores de estas facultades, y no atreviéndonos a aglomerar tantas cátedras, nos parece que por ahora se pudieran reducir a dos y que cada curso se concluya en dos años, y empiece después otro nuevo». Para animar a los futuros profesores se dotaba a las cátedras de matemáticas de una renta especial de mil ducados de vellón al año; setecientos se habían fijado para las cátedras de Física, Jurisprudencia y Teología y trescientos para las de Medicina porque estos obtienen ya dinero por el ejercicio de su profesión: «Esta consideración no puede tener lugar en la de Matemáticas, antes bien, siendo tan escaso el número de sus profesores, y conviniendo, por otra parte, alentar a que se promueva el estudio de estas útiles facultades, tenemos por preciso el extenderse algo más en la dotación de su renta. ¿Y qué menos se le puede señalar a un buen profesor de matemáticas que mil ducados de vellón al año?»

La presencia de las matemáticas en el Plan descrito en la reforma de Olavide es sensata. De entrada había una declaración de valores: «Creemos que sólo el estudio de la Geometría, que se pretende hacer universal, y el de la Política, con que se aspira a perfeccionar el de la Jurisprudencia, son capaces de derramar de un golpe mucha luz en la nación, acostumbrándola a una exactitud de raciocinios que no podía conseguir sin la primera y a una copia de ideas benéficas al público y convenientes al Estado, que debe inspirarle la segunda. Nos lisonjeamos de que estos dos estudios bien enseñados y seguidos serán bastantes a hacer en la Nación tan feliz revolución que en diez años de tiempo se conozca sensiblemente su reforma y adelantamiento». Por un lado, en la Facultad de Filosofía se prescribía después de la Lógica, «se enseñen unos elementos que comprendan Geometría de líneas, superficies y sólidos; la Aritmética inferior, aproximación y extracción de raíces cuadradas y cúbicas; una noción de Álgebra, que contenga las cuatro reglas de Aritmética literal, las de sus quebrados y reducciones y alguna tintura de las igualaciones, con un poco de Trigonometría rectilínea, teórica y práctica, y, a lo menos, noticia de las principales curvas o secciones cónicas.»  Olavide justificaba la inclusión de estos elementos porque por su idiosincrasia, el elemento lógico presente en las demostraciones matemáticas los convierte en una «verdadera lógica práctica»; y también porque: «sin ellos no puede entenderse ni aun inmediatamente la Física, que los ha de seguir. ¿Cómo se ha de comprender sin Geometría la Ciencia del movimiento, que enseña a medir su cantidad, determina sus leyes y propiedades y es como la base y fundamento de la Física? ¿Cómo se ha de percibir la propagación de la luz, formación de los colores e inflexión de sus rayos, si no se saben medir los ángulos de incidencia y reflexión? ¿Cómo se podrá conseguir la instrucción en la Astronomía, parte tan principal de la Física, cuyos conocimientos facilitan tanta satisfacción y utilidad en la observancia del curso de los astros, de sus eclipses, diversidad de estaciones, desigualdad de días y demás movimientos celestes, si falta enteramente la luz de los matemáticos elementos?»  Como libro recomendaba: «los que para el uso de la Universidad de París compuso Mr. Rivard, profesor de Filosofía en ella, con el destino de darlos a los estudiantes después de la Lógica, como introducción a la Física, y se imprimieron la cuarta vez en 1744».  En cuanto a los cursos de matemáticas propiamente dichos propuso: «extractar y explicar en el primer año la Aritmética, Geometría y Trigonometría planas, el álgebra y Arte Analítica de los Infinitos, con sus aplicaciones. En el segundo la Mecánica, Estática, Óptica, Dióptica, Catóptrica, Trigonometría esférica, Astronomía y Gnomónica.»  Se proponía como texto los Elementa matheseos universae de Christian Wolf —un avisado discípulo de Leibniz—, aunque el texto estaba algo anticuado para 1768, habiendo sido superados por los textos magistrales de Euler —sobre todo la Introductio in analysin infinitorum (1748) —.

El triste destino que esperaba a este esperanzador plan de reforma lo contaremos en una próxima entrada.

Referencias

Curbera, G. y Durán, A.J.: Quinientos años de matemáticas en Sevilla y algunos menos en la Universidad, en Historia de los estudios de ciencias en la Universidad de Sevilla, Universidad de Sevilla, Sevilla, 2005.

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