La gente no tiene imaginación para las matemáticas (por H. Díaz)

El premio Pulitzer de ficción recayó en 2023 en la novela Fortuna (Trust), de Hernán Díaz. Díaz nació en Argentina, pasó parte de su infancia en Suecia (donde su familia se exilió huyendo de la dictadura), pero escribe ficción en inglés. Fortuna es un interesante juego de espejos literario sobre, aparentemente, el capitalismo financiero estadounidense de la primera mitad del siglo XX, sobre sus héroes y antihéroes y, también, sobre heroínas y antiheroínas.

Las matemáticas pululan por la novela, porque buena parte de los éxitos económicos se les atribuyen a ellas: «Llevo años creando registros y diagramas de los movimientos financieros e industriales del mundo entero», asegura uno de los personajes, y sigue: «El espectro de mis intereses, sin embargo, es tal que jamás sería capaz de gestionar el volumen de información acumulado. Por consiguiente, ya hace tiempo que recluté a un equipo de estadísticos y matemáticos para que formaran una verdadera mente colectiva. Bajo mi supervisión directa, esos investigadores estudian extractos bursátiles, evalúan registros industriales, predicen tendencias futuras a partir de las dinámicas del pasado y detectan patrones en la psicología de masas. A continuación, someto todos estos datos a un riguroso análisis matemático y los contrasto con toda una serie de patrones estadísticos y probabilísticos que he desarrollado con el paso de los años». A la postre, en esa habilidad matemática se esconde el secreto que atraviesa toda la novela, encubierto por lo que reflejan los diversos espejos.

Uno de los momentos más evocadores es cuando otro personaje recrea cómo su madre lo convertía poco más que en fenómeno de feria debido a sus habilidades matemáticas: «El número central siempre eran las matemáticas. Madre les pedía a los invitados que me plantearan preguntas y problemas. La gente no tiene imaginación para las matemáticas, así que los cálculos solían ser tediosos y falsamente complejos. A lo largo del interrogatorio siempre se daba un cambio en el público. Pasaban de distraídos a sedientos de sangre. Por algún motivo, sentían que debían destruirme. Las caras desfiguradas por las muecas que les provocaba el esfuerzo imposible de resolver problemas que rebasaban sus mentes. No paraban hasta derrotarme con sus absurdidades. Después me pellizcaban las mejillas y me daban palmaditas en la cabeza, felicitándome por mis esfuerzos, como vencedores magnánimos».

En cierta forma, este párrafo me evoca lo que el maestro Arias de Reyna nos recuerda una y otra vez desde sus espléndidas entradas en la sección Terra incognita: proponer problemas matemáticos interesantes es todo un arte

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