Esta enjundiosa frase la escribió Vito Volterra en 1931, siendo ya un reputado físico y matemático con gran prestigio internacional. La circunstancias en que lo hizo son inseparables de la vida en la Italia fascista de Benito Mussolini.
Vito Volterra provenía de una empobrecida familia judía de la ciudad adriática de Ancona. Estudió primero en Florencia y luego pudo llegar a la prestigiosa Scuola Normale Superiore de Pisa (que había fundado Napoleón en 1810, cuando los ejércitos franceses invadieron el norte de Italia) gracias a una beca obtenida en virtud de su precocidad en matemáticas. En Pisa tuvo como maestro y mentor a Enrico Betti y recibió clases de Ulisse Dini.
En 1882, con veintidós años, Volterra se graduó en Física con una tesis sobre hidrodinámica. En ese momento ya había publicado dos importantes artículos en matemáticas: “Sui principi del calcolo integrale” y “Alcune osservazioni sulle funzioni punteggiate discontinue”. En ellos Volterra resolvía de forma precisa y original algunos puntos clave que estaban confusos en ese momento en el desarrollo de la teoría de integración, como eran la relación entre las propiedades de continuidad, derivabilidad e integrabilidad de las funciones. Así, de forma inmediata, se granjeó el reconocimiento de la Europa matemática.
El desarrollo de su vida académica fue fulgurante: con veintitrés años era profesor de Mecánica Racional en Pisa, posteriormente pasaría a Turín como profesor de Mecánica y finalmente a la Universidad de Roma, como profesor de Matemática Física. Por su impulso se refundó en 1907 la Sociedad Italiana para el Progreso de la Ciencia, fue figura principal en la organización del cuarto Congreso Internacional de Matemáticos celebrado en Roma en 1908, y presidente de la Unión Matemática Internacional. Su prestigio investigador, tanto en matemáticas como en física, fue notable, teniendo sus trabajos un gran y perdurable impacto en muchas áreas. En matemáticas trabajó en ecuaciones diferenciales, ecuaciones integrales, cálculo de variaciones y análisis funcional (del que fue uno de los pioneros); en física, en electrostática, termodinámica, hidrodinámica, elasticidad, y otras áreas de la físico-matemática. Tuvo incursiones notables en el estudio temprano de la dinámica de poblaciones.
Desde los cuarenta y cinco años Volterra fue senador del reino de Italia, por designación real. Su compromiso con el sistema político e institucional que surgió con la unificación de Italia tras el “Risorgimento” era completo. Abarcaba tanto la acción política, como la administrativa, y en el plano científico también la dedicación a la gestión (esto fue una constante en la generación de científicos anterior a Volterra, que “construyeron Italia” tras la reunificación en 1860). Volterra sentía una inmensa gratitud hacia el sistema social que le había permitido progresar.
La llegada al poder en octubre de 1922 de Benito Mussolini, tomándolo al asalto al marchar sobre Roma, trastocó la organización política del reino de Italia, creando un régimen fascista, el primero de Europa. Comenzó un largo periodo para Italia en que se fue forzando progresivamente la identificación de la sociedad con el modelo fascista.
Volterra, que era una persona moderada en sus convicciones políticas, tuvo una intensa reacción contra la tiranía que imponía la política de Mussolini, entre otras razones por sus consecuencias en el sistema escolar, académico y científico. Ello le ocasionó perder sus puestos, tanto en la renombrada Accademia dei Lincei (a la que había pertenecido Galileo) como en el Consejo Nacional de Investigación, instituciones que había llegado a presidir. Entró en la lista de personas sospechosas para la policía, estando él y su familia vigilados permanentemente. Esto le ocasionó constantes dificultades, como ocurrió en ocasión del viaje a recibir un grado honorífico en la Universidad de Oxford.
Un momento de gran presión política se dio en 1931 cuando el gobierno obligó a todos los profesores universitarios permanentes de Italia (aproximadamente unos mil) a jurar lealtad al sistema fascista. La reacción de Volterra la relatan sus biógrafos:
“Sabía muy bien que la mayoría de sus colegas -solo doce se negaron a jurar lealtad- se plegarían y obedecería, bien por convicción, indiferencia, oportunismo o desesperación. También sabía que su negativa tendría como consecuencia inmediata su expulsión de la universidad. Pero, aun así, no realizó el juramento. Creía que hay momentos en que uno puede y debe decir que no.”
Volterra sabía que no jurar implicaba el riesgo de descrédito y ostracismo social, en una sociedad ya dominada completamente por el fascismo. Aun así, no juró. El 31 de diciembre de 1931 fue excluido del servicio y enviado a una jubilación forzosa.
No se puede dejar de apuntar que la presión del régimen fascista aumentó notablemente con las leyes raciales incluidas en el “Manifiesto de la Raza” de 1938, claramente inducido por la Alemania nazi. En ellas se estableció que los italianos pertenecían a la raza aria, despojando así, entre otros, a los judíos italianos de la ciudadanía. De forma inmediata fueron excluidos de la docencia matemáticos como Guido Ascoli, Federigo Enriques, Guido Fubini, Beppo Levi, o Tullio Levi-Civita. Estas leyes forzaron a la emigración de muchas personas: entre 1938 y 1941 se calcula que fueron 6.000. Entre ellas, el matemático Beppo Levi, que marchó a Argentina.
La frase que titula esta entrada aparece manuscrita en una postal enviada en torno al año 1931. Vito Volterra murió en Roma en 1940.
Para leer más:
S. Allen, The Scientific Work of Vito Volterra, The American Mathematical Monthly, 48 (1941), pp. 516–519.
J. Goodstein, The Volterra Chronicles: the life and times of an extraordinary mathematician 1860– 1940, American Mathematical Society/London Mathematical Society, 2007, Providence.
A. Guerraggio, G. Paoloni, Vito Volterra, Springer, 2012, Heidelberg.
V. Volterra, Betti, Brioschi, Casorati, trois analystes italiens et trois manières d’envisager les questions d’analyse. In: E. Duporcq (ed.), Compte rendu du Deuxième Congrès Internationale des Mathématiciens, Gauthier-Villar, 1902, Paris, pp. 43–57.
E. T. Whittaker , Vito Volterra. 1860-1940, Obituary Notices of Fellows of the Royal Society, Vol. 3, No. 10 (Dec., 1941), pp. 690-729.
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