No es infrecuente encontrar atribuida a Isaac Newton la célebre frase: «Si he llegado a ver más lejos que otros es porque me subí a hombros de gigantes», como agradecimiento y reconocimiento de lo que aprendió de otros. La frase aparece en una carta dirigida a Robert Hooke fechada en 1676
La frase no es original de Newton, y se puede rastrear atrás en el tiempo hasta Juan de Salisbury (s. XII), quien en su Metalogicon (1159) citando a Bernardo de Chartres escribió: «Somos como enanos sentados sobre los hombros de gigantes para ver más cosas que ellos y ver más lejos, no porque nuestra visión sea más aguda o nuestra estatura mayor, sino porque podemos elevarnos más alto gracias a su estatura de gigantes».
La frase, tal y como la escribió Newton, suele ser interpretada como una muestra de agradecimiento de Newton hacia Hooke, a cuyos hombros Newton figuradamente se había encaramado para ver más lejos.
Pero la frase admite también otra interpretación más retorcida debida a Frank E. Manuel (1910-2003), que realizó en las décadas de los sesenta y setenta relevantes estudios sobre diversas facetas de la personalidad de Newton. La interpretación de Manuel toma como base el hecho de que Robert Hooke era de baja estatura y algo jorobado; es la siguiente: «Newton replicó el 5 de febrero de 1676 con una gastada imagen frecuentemente citada en la pelea literaria entre los antiguos y los modernos sobre la idea de progreso, una imagen que se remonta al menos hasta John de Salisbury y ha sido a menudo citada, en nombre de Newton, fuera de contexto como prueba de su generosa apreciación al trabajo de sus predecesores: “Si he llegado a ver más lejos es porque me subí a hombros de gigantes”. Puesta donde corresponde, en la atmósfera psicológica de su correspondencia de 1676, el tributo tiene un significado bastante más complicado, incluso ambiguo; es una espada de doble filo. La imagen de un enano —no mencionado explícitamente— subido a hombros de un gigante suena como una abrupta salida de tono, hasta que uno se da cuenta de que hay, por parte de Newton, algo malicioso en la aplicación a su relación con Hooke de este vulgarizado símil. A primera vista parece como si Newton estuviera llamando a Hooke un gigante y sugiriendo que él es meramente un enano en comparación; pero la hipérbole iba, después de todo, dirigida a un hombre de baja estatura y jorobado, y hay aquí un tono de burla, consciente o inconsciente, como cuando se llama flaco a un hombre gordo y así se resalta su obesidad».
Robert Hooke es quizá el mejor de los científicos ingleses del siglo XVII… exceptuando, naturalmente, a Isaac Newton. Hooke vivió sus últimos años amargado y resentido al ser consciente de esa excepción, y de que Newton trascendería las fronteras de la ciencia para ser un personaje célebre de la historia: pareció adivinar que, andando el tiempo, pocos, fuera del estrecho mundo de la ciencia, sabrían quien fue Robert Hooke, mientras el nombre de Isaac Newton iba a ser célebre incluso entre los no letrados.
Cuando Hooke murió era apenas piel y huesos, consumido por la diabetes y por su odio a Newton. Una lectura entre líneas de las páginas de sus diarios nos muestra a un hombre derrotado por la humillación de saber que la posteridad lo recordaría más que por sus propios méritos por haber sido uno de los tantos enemigos que Newton tuvo. Y eso que no faltaron méritos en la carrera científica de Hooke, con contribuciones estelares en física, diseño y mejora de microscopios y telescopios, astronomía, biología o arquitectura –significativamente, una de las biografías de Hooke lleva por título: El Leonardo de Londres–.
Las malas lenguas le atribuyen todavía a Newton una última maldad llevada a cabo como Presidente de la Royal Society sobre la imagen de Hooke. Y es que a pesar de la notoriedad científica de Hooke y a que se hizo retratar al menos en un par de ocasiones, no nos ha llegado ninguna imagen suya. Tan sólo se han conservado varias descripciones verbales; dos de ellas, debidas a amigos que lo frecuentaron son bastante coincidentes: ambas lo pintan como de baja estatura, algo «torcido», de complexión delgada y cabeza grande. De tanto en tanto circula la noticia del descubrimiento de alguno de los retratos perdidos de Hooke, para después ser desmentida. Así, en 1939 se creyó haber encontrado uno de sus retratos, pero pronto se mostró que se trataba de un error porque no cuadraba con su descripción. En 2003, coincidiendo con el tercer centenario de su fallecimiento, la historiadora Lisa Jardine dijo haber descubierto uno de los retratos de Hooke; esta vez la imagen cuadraba más con las descripciones ―de hecho, Jardine la utilizó como portada para la biografía de Hooke que publicó, junto con otros tres autores, en 2003―. Pero después se demostraría que, en realidad, el cuadro representaba al científico flamenco Joan Baptista Van Helmont (1579-1644). Como digo, algunas malas lenguas atribuyen a Newton la responsabilidad de la pérdida de los retratos de Robert Hooke. En la etapa de Newton como presidente, la Royal Society se mudó de sede. Hasta entonces solía reunirse de prestado en el Gresham College, pero en los primeros años del siglo XVIII el College le comunicó que no podía seguir alquilándole los espacios de que allí disponía. En 1710, la Sociedad compró unos locales y se mudó a la calle Crane Court. Es posible que los cuadros de Robert Hooke se perdieran, precisamente, en el traslado de los enseres de una sede a otra.
Referencias
F.E. Manuel, A portrait of Isaac Newton, Cambridge (Mass.), Harvard University Press, 1968.
A.J. Durán, Newton, La ley de la gravedad, RBA, Barcelona, 2012.
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