Einstein superstar: La invención del científico mediático

Estamos acostumbrados a que los científicos sean personajes importantes e incluso populares. ¿Qué científico de gran éxito no intenta un libro de divulgación? ¿Quién no busca sumar al éxito científico ese plus que supone la popularidad? ¿Quién no quiere ser como el físico Hawking, o el biólogo S. J. Gould? Y a la popularidad puede venir asociada la influencia política, la invitación a una recepción o una fiesta, y tantas otras cosas agradables.

Tan acostumbrados estamos a esto, y tanta importancia se da hoy a la difusión, divulgación, transmisión del conocimiento, popularización… (¡la lista de palabras clave es larga!) que se nos puede olvidar que las cosas fueron de otro modo. Así que: venga el historiador a recordarnos nuestra condición de mortales, lo contingente que es toda la forma de vida que nos rodea.

Hubo un tiempo en que los científicos no eran personajes mediáticos, en que un fenómeno como el de Einstein hubiera sido inimaginable. Fue así, incluso en épocas en que muchos escribían libros de fácil comprensión, porque no había aún suficientes expertos para escribir al modo “esotérico” de los artículos que nos son habituales. Pensemos en grandes físicos y matemáticos de antes de 1900: ¿Newton?, ¿Weierstrass?, ¿Gauss?, ¿Euler?, ¿Maxwell? ¿escribiendo obras de divulgación? No, inimaginable. Desde luego, los esquivos y altamente exigentes (Newton, Gauss, Weierstrass) no eran gente para eso, ni mucho menos. De Euler tenemos sus Cartas a una princesa alemana, pero esto es literatura producto de la vida cortesana. Y del gran Maxwell, tenemos conferencias para un público amplio, y algunos artículos generalistas para Nature o para la Encyclopaedia Britannica. Ya es un gran cambio, que nos dice algo sobre el siglo XIX, pero nada que ver con el caso que nos ocupa.

Ya en 1916, Einstein publicó un libro sobre la relatividad para gente sin más conocimientos que el Bachillerato: un gran libro, que muchos de nosotros hemos leído precisamente en la juventud. Y lo cierto es que se le daba bien escribir obras de divulgación rigurosa, que transmiten sin excesiva complejidad, y que no tienen nada que ver con las ideas muy imaginativas o muy especulativas que encontramos en otros libros de físicos recientes. Os recomiendo La evolución de la física, un trabajo magnífico junto a Infeld (si no recuerdo mal, no hay ni una fórmula en este libro, pero sí numerosos diagramas). Sobre este tema, habría que hablar del precedente que puso Poincaré con sus libros, siendo un personaje científico bien diferente de Einstein, pero queda para otro día…

El caso es que la cosa fue mucho más allá. En 1949 se publica The World as I See It, un libro compuesto de artículos, entrevistas, cartas, discursos, en el que se tocan las opiniones del gran sabio sobre todo tipo de temas: la humanidad y su futuro, el problema de la paz, la misión de la ciencia, la ética, la religión, la sociedad y la política.

Poco más tarde aparecería Ideas and Opinions, el cual –descubro ahora mismo– ha sido seleccionado por la Modern Library como uno de los mejores 100 libros “de no ficción” de todos los tiempos. Aquí, además del material de El mundo como yo lo veo, se incluyen también artículos más enjundiosos sobre la física, la geometría, la relatividad, etc.

Así que la figura de Einstein se nos aparece, otra vez, como algo muy singular. ¡Qué genio era!, diremos. ¡Inimitable! Y al decirlo estaremos olvidando que su caso es típico de la época que le tocó vivir. El fenómeno de Einstein mediático nos dice mucho sobre cómo era D. Albert, pero quizá más aún sobre cómo eran los años 1920, 1930 y 1940. Porque fue en esas décadas cuando se consolidó el mundo de los “mass media”, fue el momento álgido de las revistas, periódicos, etc., a los que se le sumó enseguida el mundo de la radio. Los mismos procesos que generaron las superestrellas de Hollywood, dieron lugar al científico más famoso de todos los tiempos.

Y el ingenioso Albert, enfrentado con esta situación, se encontró cómodo y dio rienda suelta a una faceta de su personalidad. Todo esto comenzó pronto, hacia 1920, cuando la aceptación de la Relatividad General le dio un impulso definitivo, y su cara comenzó a aparecer en portadas. Pudo asombrar al mundo con sus ideas heterodoxas (por ejemplo sobre religión), con su mirada filosófica sobre la vida, pudo incluso hacer reír con sus salidas de tono, y quizá todo esto le ayudó a seguir viéndose como el sabio sin igual, admirándose. Y le ayudaría también a olvidar (por qué no) duras experiencias como la de haber tenido que apoyar la carrera por el arma nuclear, siendo pacifista; las terribles, trágicas experiencias de los años 1940 en Alemania, en la URSS… y un etcétera de cosas entre las que se podrían incluir sus propias deficiencias personales.

Después del “caso Einstein”, ya nada sería igual, y el terreno estaría abonado para la llegada de los Asimov, los Sagan, los Hawking, los Watson, y un largo etcétera. Claro está que a veces, ante ideas extravagantes o a veces un tanto mediocres que se leen por ahí, se echa de menos al bueno de Albert Einstein. Que tío más listo.

 

Algunas referencias y recomendaciones:

A. Einstein. Sobre la teoría de la relatividad especial y general. Madrid, Alianza Ed., 1984.

—- Mis ideas y opiniones. Barcelona, Antoni Bosch,1983.

—- La evolución de la física. Barcelona, Salvat, 1993.

 

L. Euler. Cartas a una princesa alemana. Universidad de Zaragoza, Prensas Universitarias, 1990. (Ver también Reflexiones sobre el espacio, la fuerza y la materia, Alianza Ed., 1985.)

 

J. C. Maxwell. Escritos científicos, editados por Sánchez Ron. Madrid, CSIC, 1998.

 

H. Poincaré. Ciencia e hipótesis. Madrid, Espasa Calpe, 2002. (Y también El valor de la ciencia; Ciencia y método; Últimos pensamientos.)

 

Sobre José Ferreirós 39 Artículos
Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Sevilla, mi especialidad principal son las matemáticas: su historia y su epistemología.

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