Decía en mi anterior entrada Borges, Kafka y Munch (I), que tanto Borges como Kafka reflejaron el infinito en algunos de sus cuentos y novelas, pero mientras el infinito de Kafka correspondería con el infinito potencial de Aristóteles, el de Borges se parecería más al infinito en acto de Cantor.
Fijémonos en La Biblioteca de Babel (1941), que Borges incluyó en la colección Ficciones (1944). El relato está escrito en primera persona por uno de los habitantes de la Biblioteca —con mayúsculas—. La Biblioteca es el único universo posible para los que la habitan; la Biblioteca se compone de un número indefinido de hexágonos, cada uno con un pozo de ventilación en medio protegido por una baranda. Hay un párrafo especialmente intenso; el que escribe siente cercana la muerte: «Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída que es infinita».
Siempre que leo ese pasaje de Borges me viene a la cabeza el cuadro El grito (1893) del pintor noruego Edvard Munch. La angustia de ese cuadro refleja bien el vértigo de la caída narrada por Borges. Después de mucho pensar he llegado a dar con la razón por la que ese párrafo de La Biblioteca de Babel me evoca el cuadro.
El cuadro de Munch produce angustia, desazón, quizá porque no se oye el grito: se siente, pero no se oye. No oír el grito, que sin embargo se siente, produce angustia porque nos mantiene a la expectativa pues parece que lo vamos a empezar a oír en cualquier momento. Cuando leo el párrafo del cuento de Borges, pienso en el cuerpo que cae y se descompone en la caída infinita, y siento que el vértigo de la caída debe hacer gritar al que cae, pero lo que cae es un cuerpo muerto y su grito debe ser mudo: como el grito del cuadro de Munch. Debo confesar que me resultó bastante perturbador conocer que el objeto que inspiró a Munch el rostro de El grito fue una momia incaica medio descompuesta que vio en la Gran Exposición Universal de París de 1889.
Imagino que en la relación entre el párrafo de Borges y el cuadro de Munch tiene también influencia la mención explícita que hace Borges a lo infinito de la caída. Porque la fuerza simbólica del cuadro, el uso dramático de la perspectiva, la irrealidad y violencia de los colores, sugieren aspectos desmesurados, cercanos a lo infinito, a la infinita angustia del que grita. De hecho, Munch describió así la sensación que le llevó a pintar ese cuadro: «Solo, temblando de angustia, sentí el grito, vasto, infinito, de la naturaleza». De manera que también el cuadro está relacionado con la palabra infinito. Pero ese infinito es, y por tanto es el infinito en acto que tanto aborreció Aristóteles y que Cantor logró domar con sus investigaciones a finales del siglo XIX.
Por cierto, las obras del Munch causaron en Alemania una polémica artística parecida a la polémica matemática generada por los trabajos de Cantor… Y en fechas no muy alejadas. El 5 de noviembre de 1892 se inauguró la exposición de Munch en Berlín. Se cerró una semana después dando paso a una dura polémica: el affaire Munch se la llamó. Durante la polémica se discutió mucho y con acritud sobre los límites de la libertad del artista… Lo que sin duda es muy sugerente, porque una música parecida le tocaron a Cantor, lo que le llevó a decir aquello de «la esencia de las matemáticas es la libertad». Y con el paso del tiempo ambas obras, la de Cantor y la de Munch, han tenido enorme influencia. La de Cantor acabó generando la teoría de conjuntos: el espacio ambiente donde desde las primeras décadas del siglo XX se desarrolla toda la matemática. Y la de Munch es perceptible no sólo en los grupos expresionistas alemanes —Die Brücke, por ejemplo—, sino también en Picasso —es apreciable la influencia de El grito en El Guernica—.
Y todavía hay una última e inquietante similitud entre Munch y Cantor: también Munch sufrió crisis nerviosas, aunque quizá no tan agudas ni persistentes como las que aquejaron a Cantor.
Referencias
A.J. Durán, Pasiones, piojos, dioses… y matemáticas, Destino, Barcelona, 2009.
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