A Woody Allen la vida se le ha vuelto harto difícil a cuenta del reverdecimiento de las acusaciones de abusos sexuales a la hija adoptiva de su expareja Mia Farrow. Los abusos sobre Dylan Farrow presuntamente ocurrieron el 4 de agosto de 1992 cuando la niña tenía 7 años, y justo unos pocos meses después de que Mia Farrow se enterara de las relaciones que Allen había iniciado con Soon-Yi, otra hija adoptiva de Farrow y actual esposa de Allen. La acusación es gravísima, lo que no la convierte necesariamente en cierta. De hecho, a finales de 1993 y tras una exhaustiva investigación de 14 meses, la justicia estadounidense concluyó que no había evidencia creíble de tales abusos y no admitió a trámite la querella presentada contra Allen.
Así las cosas, a Woody Allen le ha costado que le publiquen sus memorias, tituladas A propósito de nada. En ellas, Allen nos informa de que lo único que tiene de intelectual son las gafas, lo que no quita para que de vez en cuando acuda a las matemáticas en busca de metáforas. En una de esas ocasiones la protagonista es nada más y nada menos que la banda de Moebius, ese fascinante ejemplo de superficie no orientable. En una escena muy a lo Woody Allen, el director nos cuenta como trataba de impresionar a la que luego sería su primera esposa, y hay que reconocer que la metáfora está muy bien traída, porque pocas cosas hay tan mareantes como moverse por una banda de Moebius:
Venía arreglándomelas bastante bien en mi papel de conquistador y amante hasta que su familia me invitó a una salida en el barco -nos cuenta Allen-. Yo acepté con espíritu deportivo y quise presentar una imagen de aplomo, pero, una vez que salimos a alta mar, justo cuando estaba bebiéndome de un solo trago una cerveza y entonando el estribillo de la canción de piratas «Heave ho, blow the man down», me puse del color del chartreuse y me desplomé sobre cubierta, gimiendo y suplicando que me practicaran la eutanasia. Mientras estaba allí tirado, retorciéndome como una cinta de Moebius y con un mareo que estaba a punto de entrar en el Libro Guinness de los Récords Mundiales, juré que jamás volvería a pisar un barco.
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