A mitad del siglo XVII, Europa vivió las últimas epidemias de peste bubónica.
En Sevilla la crisis principal se produjo en el año 1649 (y que tan bien recrea la serie de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos), a resultas de la cual se calcula que un 40% de su población murió; fue el golpe de gracia a una ciudad ya en decadencia, que dejó desde entonces de estar entre las principales de Europa.
En Londres, la crisis principal se vivió quince años después, entre 1665 y 1666. Las muertes allí pudieron alcanzar el 25% de la población, aunque la epidemia no logró detener el imparable auge de una ciudad que llegaría a ser capital del mundo.
No fue ajeno a ese auge el beneficio que los británicos lograron para la navegación a rebufo de la revolución científica que Newton culminaría en 1687 con la publicación de los Principia. El propio Newton reconoció después que esa culminación debió mucho a la epidemia de peste de 1665. Newton tenía por entonces 23 años, los últimos de los cuales los había pasado estudiando en la Universidad de Cambridge. Sabemos que el año anterior Newton había estudiado casi todas las importantes novedades matemáticas producidas en las décadas anteriores, lo que incluía la geometría analítica de Descartes y algunos métodos infinitesimales desarrollados por matemáticos como Wallis, Hudde, Van Heuraet o Mercator. No es que esas novedades se explicaran en la Universidad, pero sí circulaban por allí los libros y manuscritos donde Newton las estudió por su cuenta.
A mediados de 1665, Newton llevaba ya casi un año en un intenso, apasionado y tórrido romance con las matemáticas. Fue entonces cuando la epidemia de peste alcanzó Cambridge, la Universidad cerró, y Newton regresó a la tranquilidad de su hogar en Woolsthorpe, en la campiña del condado de Lincolnshire. Pocos meses después de llegar, Newton perdió interés por las matemáticas, pues la mecánica, la gravitación y la teoría de los colores, reclamaron también su atención.
Entre marzo y junio de 1666 volvió otra vez a Cambridge, y luego otra vez de vuelta a casa, donde compuso un tratado con el germen de lo que después sería su método de cálculo infinitesimal; ese tratado no vería la luz de la imprenta hasta 1962, casi tres siglos después de compuesto, aunque circularon unas copias entre una parte de los matemáticos ingleses.
Según D.T. Whiteside, el mayor experto en las matemáticas de Newton: «En aquellos dos años había nacido un matemático, de tal genialidad que hacia finales de 1666 se situaba en igualdad con Huygens y James Gregory, y probablemente por encima de sus otros contemporáneos». En su después larga vida, Newton no se dedicaría a las matemáticas con la intensidad de aquel periodo, y el tiempo que en las décadas siguientes les dedicó fue más que otra cosa un ampliar lo ya descubierto. Y según R.S. Westfall, autor de la mejor biografía sobre Newton: «De haber publicado sus descubrimientos habría dejado sin aliento a los matemáticos de Europa, sumidos en la admiración, la envidia y el asombro».
Además del cálculo infinitesimal, Newton hizo en aquellos 20 meses de reclusión en su casa natal otros descubrimientos fundamentales sobre la naturaleza de la luz y los colores y sobre gravitación. La ley de inercia que había aprendido de Descartes y Galileo, junto con la tercera ley de Kepler, le llevó a deducir que las fuerzas entre los planetas variaban inversamente al cuadrado de sus distancias al Sol, aunque erróneamente creyó en un principio que esas fuerzas eran centrífugas más que de atracción. Después de 1666, Newton perdió interés en el problema del movimiento planetario. Lo volvió a retomar brevemente en 1679, esta vez convencido ya de que las fuerzas eran de atracción. Definitivamente, volvió a la gravitación en 1684, a resultas de una visita que le hizo Edmund Halley para preguntarle cuál creía Newton que sería la trayectoria de un cuerpo atraído por otro con una fuerza inversamente proporcional al cuadrado de sus distancias. «Elipses», respondió Newton. «¿Y cómo lo sabe usted?», pregunto Halley. «Porque lo he calculado», fue la contundente respuesta de Newton; y pocas dudas caben de que el cálculo infinitesimal que Newton había descubierto fue fundamental para sus investigaciones en mecánica y gravitación. Desde agosto de 1684 hasta la primavera de 1686, Newton se concentró en escribir la que sería su obra cumbre. Durante esos dos años, según Westfall: «La vida de Newton se redujo a los Principia», y según su asistente de aquella época: «Tan centrado, tan volcado estaba en sus estudios, que apenas comía, o, incluso, se olvidaba de comer».
En un manuscrito fechado en 1727, unos años antes de morir, Newton resumió sus logros durante la pandemia: «A comienzos de 1665, descubrí el método de las series de potencias y la regla para reducir cualquier binomio a dichas series. En el mes de mayo de ese mismo año, descubrí el método de las tangentes de Gregory y Sluse, y, en noviembre, obtenía el método de las fluxiones. En enero del año siguiente, desarrollé la teoría de los colores, y, en mayo, había comenzado a trabajar en el método inverso de fluxiones. Ese mismo año, comencé a pensar en la gravedad extendida a la órbita lunar, y a partir de la regla de Kepler deduje las fuerzas que mantienen a los planetas en sus órbitas. En aquel tiempo me encontraba en plenitud de mi ingenio, y las matemáticas y la filosofía natural me ocupaban más de lo que lo harían nunca después».
Referencias
A.J. Durán, El universo sobre nosotros, Crítica, Barcelona, 2015.
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