[María José Rebollo Espinosa]
Estudio Bibliográfico de: Giambattista Vico, Obras. Oraciones inaugurales & La antiquísima sabiduría de los italianos, traducción del latín y notas de Francisco Navarro Gómez, Presentación de Emilio Hidalgo-Serna, Introducción de José M. Sevilla, Ed. Anthropos (Serie Humanismo, Autores, Textos y Temas, 6), Barcelona, 2002, pp. 323. I.S.B.N. 84-7658-639-6.
Quizá sea un elemento constitutivo de la especie humana el vivir procesos continuos de humanización-deshumanización. Pero un repaso a la Historia nos hace ver cómo en ciertos períodos es más evidente o más fuerte la sensación de incertidumbre y de caída, lo que, afortunadamente, provoca a la vez el replanteamiento de nuestras acciones y una búsqueda más intensa de salidas. Han sido muchos los pensadores empeñados en esa búsqueda vital; a algunos, utilizando la categoría en un sentido más o menos lato, se les ha enmarcado dentro de una corriente denominada «humanismo», una corriente que identificamos generalmente con un grupo de intelectuales renacentistas italianos, pero que, sin embargo, hunde sus raíces bastante más atrás en el tiempo, en los autores clásicos cuyos textos y modelos ellos reivindicaban, y una corriente que, además, vuelve a salir a la luz como los ojos del Guadiana en momentos posteriores, cada vez que precisamos un asidero o una inspiración sólida que nos haga avanzar en nuestras crisis civilizatorias.
La colección Humanismo, dirigida por Emilio Hidalgo Serna y José M. Sevilla, contribuye al rescate de autores y temas relacionados con esa línea de pensamiento. Concretamente, continúa satisfaciendo la necesidad de hacer más visibles las contribuciones de filósofos italianos y españoles entroncados con esa tradición esencial al pensamiento de Occidente, aunque quizá no del todo comprendida, en especial por quienes han marcado las pautas (Descartes, Hegel, Heidegger) Se trata de una prueba más del empeño que iniciara Ernesto Grassi, el gran intérprete del humanismo filosófico italiano al crear en Berlín a finales de 1942 el Instituto Studia Humanitatis . En 1991, una nueva Fundación heredaría el mismo nombre y el mismo espíritu, continuando también con entusiasmo similar la labor grassiana. Desde la Fundación se está desarrollando un encomiable esfuerzo editor y promotor a través de un enriquecedor contacto interinstitucional para la organización de congresos, seminarios, conferencias y proyectos de investigación. La red ha implicado muy estrechamente al Istituto Italiano per gli Studi Filosofici de Nápoles y al Centro de Investigaciones sobre Vico de Sevilla, y el eje Berlín/Zurich-Nápoles-Sevilla se concreta en esta última publicación, la traducción directa del latín y la edición crítica que Francisco Navarro ha realizado sobre la base de los textos que ya habían visto antes la luz en sucesivos números de la revista Cuadernos sobre Vico , ahora revisados y con gran aparato crítico de notas.
La actualidad de Vico se debe principalmente a que es un filósofo de la crisis, de la de su tiempo y de la del nuestro, es decir, de la que en definitiva marca la impronta del ser humano, mutable, adaptativo, en crecimiento continuo hasta la muerte. Visto orteguianamente, Vico es, pues, un clásico muy actual, porque genera problemas y empuja a la reflexión, porque intuye interpretaciones que pueden ser retomadas desde el presente. Sus ideas propician una útil complicidad con las cuestiones radicalmente humanas, ya que -como la califica J.M. Sevilla- la viquiana es una «razón problemática», la más acorde con el ser humano, que se ha convertido en un problema para sí mismo, consciente de su complejidad y pequeñez y desnudo de los esquemas esencialistas de antaño.
Es justamente ese tipo de razón la que aconseja leerlo genética y críticamente, siguiéndolo en su discurrir a través de una realidad dinámica y multiversal. A Vico hay que enfrentarse pertrechados de fantasía y de «imaginación histórica», como nos recomendaría I. Berlin, un viquiano confeso, humanista moderno e intelectual atípico asimismo, que nos ofrece a través de sus obras enriquecedoras herramientas de análisis. Sólo así es posible captarlo bajo el ropaje de un estilo peculiar, un estilo que a la vez atrae y repele, pero que es el resultado lógico que deriva de la novedad de los temas abordados, que obliga a imprimir un giro epistemológico y metodológico que termina por desembocar en una argumentación extraña a la que estaba al uso, una argumentación ingeniosa y deductiva que penetra mucho más profunda, más humanamente en el corazón de los problemas, pero que se experimenta como «contracorriente». Francisco Navarro, en su inicial «Nota del traductor», defiende con autoridad y conocimiento de causa al napolitano frente a quienes a lo largo de la historia han malinterpretado la rareza de su forma de razonar y relatar, acusándolo de utilizar un mal latín, y apunta algunas claves hermenéutico filológicas que avisan al lector sobre el barroco estilo expositivo empleado por este catedrático de retórica, opuesto a la corriente francesa por entonces en boga.
Precisamente es su calidad de catedrático de retórica la que le exige el encargo anual de abrir el curso en la universidad partenopea con una disertación para alumnos, profesores y autoridades. Pero, a pesar de que se tratara de una obligación académica, las Oraciones han de ser entendidas como algo más que un mero ejercicio formalista, ciceroniano o neoplatonizante, como algo más que simples apuntes, porque él las presenta como elementos imprescindibles para la comprensión del complejo total de su obra, como vehículos para describir sus posicionamientos teóricos con respecto a las cuestiones educativas, para imponer el respeto por la devaluada enseñanza de la retórica, para invitar a los estudiantes a no considerarla como vano pasatiempo y para reivindicar su nobleza y preeminencia ante las demás disciplinas. Las Oraciones son consideradas sus escritos pedagógicos por antonomasia, se desenvuelven dentro del ámbito académico y exponen sus ideas acerca de lo que la educación era y de lo que debería ser, aplicando, por ende, a la teoría pedagógica sus principios filosóficos, la mayoría aún en germen. Es opinión generalizada que todas ellas vienen a ser variaciones sobre un mismo tema: la búsqueda de la sabiduría como objetivo de la educación o la tradición de las letras humanas y su importancia para la educación moderna. Y forman parte de un conjunto orgánico y multifacético al que su autor puso un título único cuando pensó publicarlas recopiladas en un solo libro: De studiorum finibus naturae humanae convenientibus.
En la primera Oración nos habla del saber como acción y autoconquista de nuestra libertad y como permanente posibilidad de perfeccionamiento únicamente humana, es una exaltación del hombre y de su naturaleza divina que retoma la tradición renacentista. Con ella quería Vico, haciéndose eco de la máxima délfica del «conócete a ti mismo», mostrar la necesidad de cultivar en armonía las fuerzas de nuestra mente, convencido de que el ser humano es hacedor de su vida y de su historia.
La segunda se refiere a la felicidad del sabio como culmen de su lucha constante contra la ignorancia, de su liberación mediante un proceso continuo de humanización, dominio de sus pasiones y aproximación a la verdad y a la virtud. Quienes no siguen ese camino, quienes no se esfuerzan en lograr que la razón los gobierne persisten en su animalidad, contradiciendo los dictados de su naturaleza que tiende a la sabiduría y a la prudencia.
En la tercera subraya el valor de la libertad humana, muestra las limitaciones de nuestro pensamiento finito y lanza diatribas contra los falsos eruditos. Vico protesta contra la atomística erudición promovida por el sistema educativo de su época y hace una llamada de atención para liberar a la «sociedad de las letras» de los engaños que obstaculizan su correcto crecimiento. Tanto en ésta como en la Oración anterior insiste, pues, en el papel moralizador de la enseñanza, a la par que se repudia el concepto puramente tecnológico de la instrucción escolar.
En la cuarta discute las posibilidades del conocimiento, siempre regulado por la prudencia, e insiste en la dimensión social que debe tener la formación, en su utilidad civil. Considera, una vez más en coincidencia con los humanistas clásicos, que el sabio no habrá completado su proceso formativo, o no lo habrá llevado a cabo adecuadamente, si se guarda para sí sus logros. Éstos, por el contrario, tendrán que ser comunicados y revertir en la comunidad para que florezcan así las semillas de la culturización.
La quinta, avanzando ya ideas ilustradas, hace hincapié en la conexión existente entre el cultivo de las letras y las ciencias y el progreso de las naciones, poniendo la fuerza de la cultura por encima de la de las armas a la hora de garantizar el poderío de los Estados. Muestra, además, las posibilidades didácticas de la emulación, de la utilización de arquetipos humanos como paradigmas de conducta.
Y en la sexta, donde encontramos perspicaces observaciones acerca de la psicología infantil, que anuncian un pensamiento más maduro e intuyen teorías que actualmente son básicas para ese campo de conocimiento, se vuelve a reafirmar, en un tono bastante pesimista o cansado, el principio de una educación integral que respete el desarrollo natural de los individuos y los pueblos, sin forzarlo, sugiriendo objetivos, materias, orden y método para hacerlo.
Esto último, en expresión filosófico-pedagógica más formalizada, es lo que encontramos en el De nostri , la séptima de las oraciones, la única publicada porque en 1708 la ceremonia de apertura fue más solemne y contó con la presencia del virrey. En esa ocasión -en la línea del todavía vivo realismo pedagógico y de la Querelle entablada por esos años en Europa- disertó sobre las ventajas y desventajas del sistema de estudios vigente, comparándolo con el de los antiguos, gracias al cual piensa que pueden compensarse algunos inconvenientes (pasividad, artificiosidad, academicismo, dogmatismo, monismo metodológico…). Intentaba hallar una vía intermedia entre el método inductivo y el deductivo, que diera lugar a una adecuada síntesis entre el realismo y el idealismo. Con esas miras, llevó a cabo una razonada defensa de la tópica como recurso didáctico inicial, de las humanidades como contenidos de enseñanza y del cultivo equilibrado de todas las facultades humanas; todo ello oponiéndose pues al uso exclusivo de la crítica, al predominio de las matemáticas y al imperio absoluto de la razón intelectualista impuesta por los cartesianos. Orientaciones metodológicas graduadas y naturales proporcionarían, desde su perspectiva, un sentido unitario a la educación, entendida como el desenvolvimiento procesual del espíritu, que nace a partir de la realidad física y de la historia humana para encaminarse hacia la verdad y la divinidad.
El De mente heroica , la última de las oraciones, aunque casi nunca se cita como tal debido al tiempo transcurrido desde la lectura de la anterior, es un texto hermosísimo, una brillante arenga académica incitando al esfuerzo del aprendizaje y al heroísmo por medio del conocimiento. Aquí, con un estilo mucho más claro, pulido, «sabio» y pasional, nuestro autor establece la felicidad como fin del proceso educativo. Dirigiéndose más directamente que nunca a sus oyentes, procura convencerlos, utilizando múltiples ejemplos de personajes famosos, de que la formación humanística es útil individual y socialmente y da consejos paternalistas a un auditorio constituido en especial por jóvenes que comienzan su carrera universitaria, sobre cómo deben estudiar, qué materias han de incluir en sus currículos, qué autores deben leer o qué objetivos conviene que persigan.
En medio de estas dos Oraciones , en 1710, escribe el De antiquissima , pensado como volumen inicial de una trilogía no acabada, donde descubre un principio común, una etimología universal en el origen de todas las lenguas que le da pie a defender la sabiduría de las humanidades ante la ciencia de los modernos, y a enunciar por primera vez su fórmula del verum ipsum factum , matriz de su doctrina epistemológica, punto de partida también para la introducción de innumerables novedades dentro de otros ámbitos, y momento de crucial inflexión en el pensamiento del Napolitano, que va abandonando posibles lastres y se hace fuerte en su tarea de destronar las disciplinas consagradas por Descartes y abrirle un espacio a las que el ser humano puede llegar realmente a dominar, porque él mismo las hace.
En las Oraciones inaugurales , por tanto, vierte ante todo una crítica a la racionalidad de su época, impregnada por la frialdad y artificiosidad del cartesianismo. A esa labor develadora seguirá en el De antiquissima y en la Ciencia Nuova la parte constructiva de su proyecto: el despliegue de una nueva razón histórica y narrativa. Las Oraciones inaugurales (incluidas el De nostri y el De mente heroica ) y el De Antiquissima son dos piezas más en el edificio doctrinal viquiano, rematado por la bandera de su nueva ciencia, son dos escalones en el ascenso hacia un saber de lo que el hombre conoce porque lo hace (historia, derecho, arte, lenguaje, sociedad, cultura), poniendo en el empeño todas las posibilidades de las modificaciones de su mente (sentidos, imaginación, ingenio, razón) Las propuestas viquianas son indicaciones para reconducir el rumbo desde la «barbarie de la reflexión» hacia una condición humana más constructiva que se asiente en una jerarquía axiológica repensada y en una vuelta a la confianza en lo humano, que habrá de ser tomado como medida. Es una apuesta por la posibilidad de mejora y de «renacimiento» que igualmente caracteriza a la persona que es mente, palabra, historicidad, duda y permanente educabilidad.
El estudio de estas obras es recomendable como medio para reflexionar sobre el ser humano y sobre un ideal de educación que nos rescate de un mundo, cartesiano de nuevo, que a pesar de haber sido construido por nosotros mismos parece escapársenos de las manos. Vico nos ofrece la convicción de que existe una forma más humana de ver las cosas, desde el interior, desenvolviendo fructíferamente nuestras capacidades «poéticas», nuestra fantasía y nuestro ingenio al unísono, remitiéndonos al concepto de educación general y de unidad del saber que presidían la pedagogía de los humanistas italianos del Quattrocento y haciendo hincapié en principios que luego serán bandera de la moderna educación (actividad, interés, gradualidad, individualización, socialización, globalización de contenidos…)
El suyo es, en definitiva, un humanismo redimensionado que anima a tomarlo como ejemplo que sirva de base a un nuevo humanismo global, capaz de sugerir y defender, al menos, un sistema de valores consensuables a modo de marco para nuestras acciones. Porque lo que Vico hace es -diría P. Piovani- «humanología», un antídoto frente a los monismos y antihumanismos que han provocado igualmente la crisis de nuestro tiempo, tan parangonable, salvadas las distancias, a la del suyo. Sus propuestas de historicismo antropológico y de pluralismo cultural están ahora también a nuestro servicio y la versión que nos ofrece Anthropos de las obras mencionadas permite un acceso mucho más cómodo y certero a esas perspectivas para los investigadores de lengua castellana, conviertiéndose en un eficaz instrumento que habíamos echado en falta. La colección contará en breve con una nueva traducción y edición crítica de F. Navarro, la de las Institutiones Oratoriae, el manual que Vico confeccionó para utilizarlo en sus clases de Retórica y que tampoco es un simple producto escolástico, sino la ocasión para conocer, entre otras cosas, su opinión acerca de los nexos que unen retórica y derecho, o para oírlo exponer las razones que han sustanciado lógica y culturalmente su pensamiento. La esperamos impacientes.
[Extracto de Cuadernos sobre Vico, 15/16, 2003, por Mª J. Rebollo]
© Mª.J. Rebollo Espinosa. 2003
© Centro de Investigaciones sobre Vico – Cuadernos sobre Vico. 2004