Cuando nombramos la realidad que nos rodea lo hacemos siguiendo un proceso en el que adquieren una importancia fundamental nuestras propias experiencias previas, incluyendo las sensaciones y sentimientos que nos produjeron en un momento determinado. Así, cuando nombramos (presente) cargamos con un bagaje vital que nos influye irremediablemente (pasado). En palabras de Emilio Lledó (2017:51):
El lenguaje es quien, desde la experiencia que consuma el encuentro del presente – como sensación – y del pasado – como memoria y eco de sensaciones –, enhebra en la continuidad del tiempo la constitución de un determinado ser que, como tal ser concreto, guarda, en sí mismo, el rostro interior que la experiencia múltiple del tiempo le ha forjado.
En este sentido, cada persona tiene una manera diferente de nombrar la realidad, ya que esta va a depender de su propio bagaje experiencial, el cual le hace ser en el mundo, influyendo este en su interpretación de la realidad.
Una importancia fundamental tienen los sentidos, ya que son el medio por el que vamos a percibir el mundo que nos rodea:
- La vista: ya que a través del ojo percibimos el 95% de los elementos presentes, aunque luego los traslademos a otros lenguajes. La mirada tiene un papel fundamental en nuestra manera de ver el mundo porque es nuestro primer instrumento de percepción; de ahí que hablemos de la importancia de la primera impresión.
- El oído: por el que asimilamos la sonoridad de las palabras y su forma fonética, aunque luego trasladaremos a imagen mental, como veremos en el siguiente apartado, centrado en el signo lingüístico.
- El olfato: especialmente asociado a la memoria, nos devolverá sensaciones que ya hemos vivido y las relacionará con nuestros recuerdos.
- El gusto: al igual que el olfato, muy asociado a la memoria, nos retrotraerá a situaciones que ya hemos vivido en relación con personas y lugares presentes en nuestra mente.
- El tacto: con la percepción a través de la piel del ambiente que nos rodea, dando lugar a la aparición inconsciente de elementos como el sudor, el frío, el erizamiento del vello… La piel, sin duda, será una de las grandes delatoras de nuestro subconsciente.
Lledó hace especial hincapié en la importancia de la memoria a la hora de percibir a través de los sentidos, ya que ambos aspectos se relacionan de manera íntima y esencial. Aunque a través del nervio óptico percibo la luz que se refleja en los objetos, esta me lleva a otros momentos y otros lugares en los que reconozco o no esa misma luz; al igual que los sonidos que percibo a través del oído solo tendrán un significado si se relacionan con los conocimientos previos que tengo almacenados en mi memoria (Lledó, 2017: 53): “La resonancia de las palabras no encuentra, en principio, otra realidad que el ideal espacio interior donde se confirman y expenden los significados”. Sin memoria, el lenguaje no tiene sentido (Lledó, 2017: 54):
El silencioso mundo de la intimidad donde, paradójicamente, se engendran las palabras es, por consiguiente, espejo en el que reconocemos el fondo del lenguaje que hemos aprendido y que forma el mundo de objetos simbólicos que nos sustenta, y, al mismo tiempo, la luz que desde nuestra particular recepción lo hace visible y, en consecuencia, inteligible.
El proceso de percibir y nombrar el mundo implica la participación de la experiencia individual de cada uno, poniendo en funcionamiento los engranajes de la memoria y del conocimiento, ya que, si no tenemos referentes, las palabras quedan como cáscaras vacías que debemos rellenar, creando así nuevas experiencias vitales y nuevas significaciones que irán variando a lo largo de la vida.
En este sentido, recalca Lledó la idea de que la manera en la que nos expresamos es un reflejo de nuestra personalidad, la cual queda forjada en relación a la sociedad en la que nos situamos y con la que nos relacionamos como seres sociales. Así, la relación entre sociedad y lenguaje es (Lledó, 2017: 92):
la imprescindible articulación entre palabra e historia. […] En consecuencia, no hay logos que no enraíce con la polis; no hay sistema de signos que no se levante sobre el sistema social, porque no hay habla individual que no utilice la lengua colectiva.
En la constitución del lenguaje entran por tanto dos aspectos fundamentales: el interno, la propia experiencia vital del individuo, y el externo, su relación con la sociedad y el uso de una lengua común ya prefijada, dando ambos lugar a su consideración como expresión de la personalidad.