PRESENTACIÓN

La figura del gran pintor sevillano Juan Valdés Leal (Sevilla, 1622-1690), en el cuarto centenario de su nacimiento se presenta ante la mirada de la crítica del mundo académico en la historia de la pintura como uno de los hitos de la creación artística barroca española. Se trata de una figura jugosa para su análisis cuya obra ha dado pie a multiplicidad de interpretaciones, a veces excéntricas, llenas de saberes difícilmente aplicables al trabajo de otros pintores de registros mucho más planos en su creación. Su personalidad, una de las más interesantes del arte español de su época amerita, con motivo del IV Centenario de su nacimiento, un encuentro o congreso académico universitario de rango internacional, que dé a conocer en el futuro a la divulgación general matices cada vez más exactos y reales, y que alejen a este artista de los mitos y leyendas donde en demasiadas ocasiones se ha envuelto su trabajo. Pretendemos con ello acercarnos a la realidad del hombre y su época, del artista y su entorno, al creador y su instinto o fuerza impulsora. Las invenciones románticas, las historias de rivalidades inexistentes a los niveles que se han querido ver, el manto macabro y morboso que ha tildado su obra es algo bueno para despertar intereses de conocimiento, pero no es válido para explicar la dimensión global de una vida de trabajo y creación.

Juan Valdés Leal fue pintor, grabador y también escultor. Fue contemporáneo de Murillo, quien había nacido el último día de 2017 y fallecería en 1682, en lugar de convertirse en lo que fue, una riqueza singular para la escuela sevillana de pintura ha sido tradicionalmente entendida como una rivalidad para la que faltan datos y verdadero conocimiento; especialmente para dos pintores que compartieron tantas cosas. Si las comparaciones son odiosas, en este caso lo son aún más puesto que se cimentan sobre disparidades esencialmente iconográficas en la obra de cada uno. También en matices en la belleza y la dulzura murillescas frente al dramatismo y la expresividad dramática; ejemplificando esas diferencias, sobre todo, en las pinturas del gran conjunto en el que intervinieron ambos el programa de la iglesia del Hospital de la Santa Caridad de Sevilla.

Las fuentes antiguas hablan de Valdés Leal como de hombre de difícil trato por su carácter, sin embargo, dejando de lado lo personal de lo que habría mucho que discutir, fue un artista variado que practicó géneros y técnicas diversas. Por ejemplo, fue capaz de realizar pinturas parietales; algo que Murillo no practicó nunca. Fue un buen grabador y desde antiguo sabemos y, hoy día podemos constatarlo física y documentalmente, un buen escultor. Además, su obra se presenta en la línea estética de la pintura española de la segunda mitad del siglo XVII, pero con una riqueza de matices y variantes iconográficas ampliamente conocidas y atractivas. Tras una primera formación sevillana, marcho a Córdoba donde continuo su aprendizaje y comenzó su primera etapa artística. Se ha mencionado en estos años iniciales de su trabajo el conocimiento del estilo del sevillano Francisco de Herrera el Viejo y la fuerte influencia inicial en tierras cordobesas del quehacer de Antonio del Castillo. Todo ello se puede observar en su primera obra firmada, el San Andrés de la iglesia de San Francisco de Córdoba, de 1647. Desde 1656, le encontramos de nuevo en Sevilla, tras realizar las pinturas para las Clarisas de Carmona, finalizadas en 1653, y de una segunda vuelta a Córdoba donde dejará las magníficas pinturas del retablo de los carmelitas calzados, cuyo contrato se firma en 1655. Desde 1656, establecido en Sevilla, realizando la serie de Monasterio de San Jerónimo de Bellavista, desarrollará allí el resto de su trayectoria artística; salvo el viaje citado por Acisclo Antonio Palomino, en 1664, a la corte y al El Escorial.

Plena y firmemente establecido en Sevilla, en 1660 figura como uno de los creadores y promotores de la Academia de Dibujo en Sevilla, creada en 1660 y de la que en 1663 sería presidente. La presencia de Francisco de Herrera el Mozo en Sevilla y en el ámbito de la nueva Academia, ubica a Valdés Leal en el desarrollo del pleno barroco escenográfico, que tanto cambiará el estilo de Murillo, pero también a él. En las décadas de los sesenta y setenta recibirá importantes encargos: la serie de la Vida de San Ignacio para la Casa Profesa de los jesuitas sevillanos, los trabajos varios para la celebración de la Fiestas de canonización fernandina en Sevilla, en 1671, el imponente lienzo de San Francisco en la Porciúncula de la Capuchinas de la Cabra, Córdoba o la serie de la Vida de San Ambrosio, son muestras resumidas de la intensa actividad de estos años. En 1667, Valdés pasó a formar parte de la nómina de hermanos de la Santa Caridad de Sevilla, cuyo refundador Miguel de Mañara Vicentelo de Leca y su obra de ascética popular, el Discurso de la Verdad, dio un impulso decidido a la decoración del templo de esta institución sevillana; quedando los lienzos de la Postrimerias que el artista hizo para este espacio unidos para siempre a su ideología. 

El biógrafo Palomino le define como “grandísimo dibujante, perspectivo, arquitecto y escultor excelente”, sus dos grabados, de los monumentos catedralicios para la obra de Fernando de la Torre Farfán constatan sus virtudes. La calidad de sus trabajos se mantuvo a lo largo de toda su trayectoria hasta su fallecimiento, en 1690, baste recordar su intervención en la decoración del Monasterio de San Clemente y en la iglesia del Hospital de los Venerables Sacerdotes, ambas en Sevilla. No es el momentos de realizar aquí un catálogo completo de sus obras pero si de destacar que Juan Valdés Leal fue uno de los artistas más completos, de mayor calidad y personalidad de la escuela sevillana, de Andalucía y de la pintura española del siglo XVII.  Por ello, como en los casos de otros renombrados maestros de la pintura que han reunido foros académicos con motivo de efemérides similares, la figura de Juan Valdés Leal requiere un congreso que reúna estudiosos y especialistas en su figura, en la historia de España, especialmente en el campo de las mentalidades, de la pintura barroca, y en definitiva, en todas aquellas facetas disciplinares afines. Con este encuentro no solo se rinde justo homenaje a uno de los artistas más destacados de la Historia del arte y, en fin, de la cultura en Sevilla, sino que se ofrece un aporte y un avance científico en los diversos planos disciplinares implicados.