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Mouffe, Chantal, Agonística. Pensar el mundo políticamente

traducción de Soledad Laclau, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2014, 146 páginas.

Gastón G. Beraldi | Universidad de Buenos Aires [1]

 

Aparecido originalmente en 2013 en su edición en lengua inglesa bajo el sello de la editorial Verso con el título Agonistics. Thinking the World Politically, y traducido ahora al español por Soledad Laclau para Fondo de Cultura Económica, este texto viene a sumarse a una larga lista de obras de filosofía y teoría política de Chantal Mouffe. El marco conceptual general en que podría inscribirse el pensamiento de la filósofa y politóloga belga se encuadra en la corriente denominada “marxismo postestructuralista”. La autora es profesora de teoría política, y actualmente ocupa una cátedra en el Departamento de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de Westminster (Reino Unido-U.K.), donde dirige el Centre for the Study of Democracy.

Agonística… pretende promover un debate agonista entre quienes tienen como objetivo desafiar el actual orden neoliberal. De esta manera, este libro está fundamentalmente dirigido a quienes, también como ella, aunque desde otras perspectivas, se oponen críticamente a la hegemonía neoliberal.

Este texto se presenta como un conjunto de cinco ensayos donde cada uno ocupa un capítulo del libro (y donde sólo el último fue escrito especialmente para esta publicación), seguido de las conclusiones a las que arriba la filósofa belga, y la reproducción de una entrevista realizada por Und jetzt? donde pretende familiarizar al lector con el enfoque agonista de la autora. La mayoría de los ensayos que componen este texto (excepto el último) ya habían sido publicados con otros propósitos bajo una forma diferente, la de la conferencia o coloquio, donde el objetivo era presentar su enfoque agonista en diversos contextos. De esta manera, este conjunto de escritos reunidos aquí examinan la relevancia del enfoque agonista que ha elaborado en trabajos anteriores en torno al proyecto de la izquierda. Si bien cada capítulo trata sobre una cuestión diferente, lo que los vincula decididamente es el abordaje desde un modo político (instancia conflictiva reactivadora de lo social), lo cual requiere del reconocimiento de la dimensión ontológica de la negatividad radical (que se expresa como antagonismo, heterogeneidad, alteridad, rivalidad y opacidad).

El punto de partida de su concepción queda anclado en la distinción entre la política y lo político. Mientras que la primera puede ser definida según lo indica en En torno a lo político (2009) como “el ensamble de prácticas, discursos e instituciones que tratan de establecer un cierto orden y organizar la convivencia humana en condiciones que siempre son potencialmente conflictivas porque se ven afectadas por la dimensión de lo político” (Mouffe 2009: 16), el segundo se caracteriza como la “dimensión de antagonismo que es inherente a las relaciones humanas, un antagonismo que puede tomar muchas formas y emerger en diferentes tipos de relaciones sociales” (Mouffe 2009: 16).

Mouffe retoma la antigua temática del agón griego[2] para repensar los modos de lo político. Agonismo y antagonismo son dos formas de lo político, la última es el modo en que se presentan las actuales democracias bajo la lógica amigo-enemigo, bajo la lógica de la disyunción: o esto o lo otro, donde adquiere como fin único la eliminación de una de las partes. La primera, en cambio, es la propuesta de la autora para repensar la radicalización de la democracia. Para Mouffe el antagonismo debe ser reconducido hacia el agonismo para que compatibilice con el pluralismo democrático. Si la lógica del antagonismo es la de la disyunción, la del agonismo es la de la conjunción contradictoria: esto y lo otro, el sí y el no. Es la lógica de los adversarios, no de los enemigos, porque si el conflicto no asume una forma agonista puede volverse un antagonismo peligroso. El objetivo entonces no consiste en consolidar una sola interpretación del mundo, sino en que convivan adversarialmente y en tensión, una multiplicidad de interpretaciones que reflejen la pluralidad democrática. Mouffe propone rescatar la categoría de agonía (en la que el conflicto deje de ser mal visto) para que pase a ocupar el centro de la escena política. Estos dos conceptos claves (antagonismo y agonismo), que ya habían sido desarrollados previamente, vuelven aquí cobrando una importancia decisiva para analizar la situación política internacional actual.

La filósofa y politóloga belga parte del presupuesto de la contingencia social y un orden de naturaleza hegemónica. De aquí que deba abandonarse la búsqueda de un consenso sin exclusión y la ilusión (ingenua) de una sociedad reconciliada y en perfecta armonía. Las reflexiones propuestas por la filósofa belga se basan en una crítica al racionalismo y al universalismo, desarrolladas previamente en El retorno de lo político (Paidós, 1999), donde ya comienza a delinearse el modelo del “pluralismo agonista” (una radicalización de la democracia moderna), tesis elaborada en La paradoja democrática… (FCE, 2003). Concebir lo político al modo del agonismo implica que los conflictos adopten una forma donde los oponentes no sean enemigos sino adversarios entre los cuales existe un consenso conflictual, lo cual no imposibilita de ningún modo la concepción de un orden democrático, sino que por contrario, el agonismo aparece como condición de este orden.

La reflexión realizada en torno a los acontecimientos políticos mundiales la ha llevado a cuestionar las implicancias de su propio enfoque para las relaciones internacionales. Así, se pregunta ¿qué consecuencias tiene en el plano internacional la tesis que postula que todo orden es hegemónico? ¿Significa ello que no existe ninguna alternativa a la actual forma de pensamiento único y mundo unipolar? (p.16) Mouffe pretende desembarazarnos, quizás al modo socrático, de la ilusión de un mundo cosmopolita más allá de la hegemonía y de la soberanía. Como contrapartida, la solución parece encarnarse en una pluralidad de hegemonías. La constitución de un enfoque multipolar sería el paso hacia un orden agonista donde los conflictos tendrían menos probablidades de adoptar las formas del antagonismo, es decir, de la exclusión y exclusividad.

En el primer capítulo “¿Qué es la política agonista?” la autora a la vez que repasa los puntos principales del enfoque agonista, traza la distinción entre el modelo agregativo, el deliberativo y el agonista, este último centrado en la categoría de “adversario”. Allí destaca la dimensión antagónica que caracteriza el campo de lo político y distingue su perspectiva de otras teorías agonistas actuales, a la vez que cuestiona la visión de estas últimas, correspondientes a otros teóricos del agonismo (como Hannah Arendt, Bonnie Honig y William Connolly), que postulan la posibilidad de un “agonismo sin antagonismo”, con el objetivo de que reconozcan su vínculo. Es sumamente interesante destacar que Mouffe, hacia el final de este capítulo, enfatiza la diferencia entre perspectivas éticas y políticas (a partir de la lectura que hace Marchart de Badiou) a la vez que da cuenta del “giro ético” (p.33) en que ha incurrido lo político. A pesar de ello, el enfoque que defiende la filósofa belga es identificado claramente como político antes que ético.

En “¿Qué democracia para un mundo agonista multipolar?”, el segundo capítulo de este texto, analiza algunas de las cuestiones que plantea la idea de un mundo multipolar, indagando las implicancias que acarrea concebir al mundo de esta manera. Allí, frente a la perspectiva del pensamiento único según la cual la democratización del mundo necesita de la occidentalización, la autora defiende la tesis que sostiene que el ideal democrático puede inscribirse de forma diferente en una variedad de contextos. Aquí, la autora si bien limita su modelo agonista a la democracia liberal pluralista, ve con buenos ojos su enfoque para el campo de las relaciones internacionales. Desde aquí pone en cuestión el enfoque cosmopolita, generalmente basado en la universalización del modelo occidental, que no deja lugar a la pluralidad, elimina la posibilidad de un disenso legítimo y crea un terreno auspicioso para las formas violentas de antagonismos. Su crítica al cosmopolitismo se dirige por un lado, al modelo de democracia cosmopolita (de raigambre kantiana) de Held, Archibugi y Beck, y a otros tipos de cosmopolitismos universalistas (de idéntica raíz) como el de Nussbaum. Por otro lado, también polemiza con los nuevos cosmopolitismos de Clifford, Bhabha y Chakrabarty, Robbins, Mignolo, y Rabinow que, a pesar de que ve favorablemente en estos últimos su crítica al eurocentrismo, mantiene sus reservas frente a estos enfoques en tanto consideran (ingenuamente) la posibilidad de un “pluralismo sin antagonismo”, sin conflicto (pp.37-9). Contra su propia caracterización (de escritos anteriores) de “democracia moderna” para caracterizar al modelo occidental, Mouffe advierte que ha dejado de lado este concepto porque contradice su posición sobre la naturaleza contextual de la democracia liberal. En este sentido, aboga por el establecimiento de un mundo multipolar, de un pluriverso (frente a un universo), de un orden agonista, forma en que es menos probable que los conflictos adopten una perspectiva antagónica. En esta línea insta a los intelectuales de izquierda a la adopción de este enfoque pluralista y al rechazo de toda forma de universalismo que postule la superioridad racional y moral de la Modernidad occidental.

El tercer capítulo de este trabajo, “Una aproximación agonista al futuro de Europa”, aborda el tema de la Unión Europea y la relevancia que un enfoque agonista como el suyo puede tener para concebir formas posibles de integración europea. Su preocupación es que muchas concepciones de una Europa posnacional están influenciadas por un marco individualista y racionalista, que impide comprender el proceso de formación de la identidad colectiva y reconocer la naturaleza y el rol de las formas nacionales y regionales de identificación (p.58). Allí, al analizar las causas del progresivo desencanto con el proyecto europeo, destaca la necesidad urgente de elaborar un nuevo enfoque alternativo a las políticas neoliberales causantes de la crisis actual. El enfoque agonista permite, a su juicio, mediante una participación (desde la diferencia) en proyectos compartidos, que el vínculo entre los actores se vuelva menos probable de manifestarse en la forma de enemigo y más de hacerlo en la forma de adversario. En este sentido, la finalidad de su enfoque propone mantener controlado (institucionalmente) el antagonismo mediante el establecimiento de instituciones que permitan que el conflicto adopte una forma adversarial, de “consenso conflictual”, es decir, agonista (p.61). Por lo cual la perspectiva ya tradicional, que propone el intento de la construcción de un “nosotros” posnacional homogéneo mediante el cual la diversidad sea superada, debe ser abandonada.

En “La política radical hoy” (cuarto capítulo), Mouffe celebra el fin de la hegemonía neoliberal y contrasta dos modelos de política radical alternativos: uno promueve la “deserción de las instituciones”, el otro un involucramiento crítico con ellas (p.77). La filósofa belga cuestiona así el modelo de deserción del Estado inspirado por el movimiento italiano Autonomía y por las teorías de Michel Hardt, Antonio Negri y Paolo Virno, que promueven un abandono del Estado, de sus instituciones y un rechazo a la democracia representativa. Mouffe advierte que la causa de tal interpretación (errónea, a su juicio) de lo político, parte del marco teórico que inspira a los italianos: la no aceptación de la dimensión inerradicable del antagonismo. A este modelo, contrapone su propia política radical (un agonismo que reconoce el carácter partisano) bajo la estrategia del “involucramiento crítico”, es decir, “[…] una multiplicidad de acciones contrahegemónicas con el objetivo de lograr una transformación profunda de las instituciones existentes, y no su deserción.” (p.19). Esta forma de pensar lo político está entonces en estrecha relación con la crítica a aquellos enfoques que proponen el abandono de las instituciones políticas. Lejos de esto último Mouffe propone buscar una transformación del Estado a través de una lucha hegemónica agonista. Ello constituye una política radical consistente en una diversidad de acciones en una multiplicidad de ámbitos institucionales bajo el objetivo de la construcción de una hegemonía diferente. En definitiva, lo que conduce a tales diferencias entre ambas concepciones es consecuencia del punto de partida de cada una de ellas: diferentes ontologías propician la construcción de diferentes modelos de política radical.

El tipo de involucramiento crítico que promueve Mouffe en el capítulo cuarto conduce al quinto capítulo: “Política agonista y prácticas artísticas”, escrito especialmente para este volumen, donde la autora, centrada en el campo de las prácticas artísticas y culturales, se opone a las visiones que sostienen que, o bien ya no queda espacio para que los artistas ocupen un rol crítico en la sociedad actual (en virtud de la mercantilización a la que ha llegado la cultura), o bien que esa posibilidad crítica aún existe, pero fuera del mundo del arte. De esta manera, el enfoque agonista excede el ámbito de lo estrictamente político para inscribirse también en el del arte. Este terreno, vital para el proceso de valoración capitalista, debe constituir, a su juicio, un lugar crucial de intervención para las prácticas contrahegemónicas dado el potencial radical de las prácticas artísticas. La autora parte aquí de la concepción gramsciana reafirmando el lugar central que ocupa la cultura dominante en la construcción del “sentido común” y destacando la necesidad de la intervención artística para desafiar la visión pospolítica según la cual no hay ninguna alternativa al orden actual. En este sentido, y contrariamente a los teóricos italianos y postoperaístas, Mouffe cree que las prácticas artísticas y culturales aún pueden desempeñar un rol crítico promoviendo espacios públicos agonistas. A su juicio, estos espacios deberían promover luchas contrahegemónicas para oponerse a la hegemonía neoliberal.

Finalmente, el texto culmina con las conclusiones, donde examina los movimientos de protesta más recientes desde las dos concepciones de política radical que son tratadas en este trabajo: la postoperaísta y la agonista, y considera que esos movimientos deberían ser interpretados como reacciones a la falta de una política agonista en las democracias liberales, por lo cual, no deberían ser rechazados, sino radicalizados.

Si bien el texto de Mouffe no pretende ser concebido como un estudio exhaustivo y erudito de aspectos teóricos de filosofía o teoría política, es sumamente destacable y encomiable el deseo y la necesidad de la autora de recuperar, para repensar lo político, una categoría (la de agonismo) mucho más afín al carácter conflictivo de la vida humana que otras que han pretendido encumbrarse ingenuamente (las más racionalistas y humanistas) en modelo necesario (verdadero, absoluto y totalitario) para regir nuestras acciones.

Ahora, si bien puede ser cuestionable el recurso a la categoría de “hegemonía”, en tanto acercaría la concepción de la autora a la noción de poder propia de la modernidad, es necesario indicar al mismo tiempo que, al plantear la necesidad de la emergencia de múltiples hegemonías para una coexistencia agonista entre ellas, terminaría disolviendo el concepto mismo de hegemonía, lo cual la distanciaría entonces de la senda racionalista moderna. Así, alejado de la ingenua confianza racionalista de “acuerdo”, este trabajo pretende señalar un camino posible a transitar: “[…] abandonando la esperanza ilusoria de una unificación política del mundo, deberíamos abogar por el establecimiento de un mundo multipolar. Este orden mundial debería denominarse “agonista” […]” (p.40).

 

 



 

[1] Profesor y Doctorando en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Docente de Ética y Problemas Especiales de Ética en la carrera de Filosofía de la misma facultad, y de Introducción al Pensamiento Científico en el Ciclo Básico Común y en UBAXXI de la misma Universidad. Investigador en proyectos UBACyT y PRI. Miembro fundador de “Proyecto Hermenéutica” y del Grupo RED. Autor de numerosos artículos en libros y revistas dedicados a la Filosofía de la Educación, la Enseñanza de la Filosofía, la Epistemología, la Ética y la Hermenéutica.
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[2] El concepto de “agonía” se remonta a la Antigüedad griega. El término “gwnἰa” (agonía), tiene como significados originarios: lucha, combate, contienda; ejercicio gimnástico, certamen gimnástico. Las derivaciones de “agonizar”, tomado del latín “agonizare” y éste del griego “gonizestai” (agonizestai): luchar, aparecen recién en nuestra lengua en 1588, lo mismo que “agonioso”, “agonista” y “agonístico”. Los términos “antagonista” –utilizado por el poeta barroco español Pantaleón de la Ribera (1600?-1629)- y “protagonista” también son derivaciones de la misma voz. El primero, tomado del latín “antagonista” y éste del griego “ntagwnistήV” (àntagonistés). De aquí la familia de voces “antagonismo” y “antagónico”. El segundo, compuesto de “protos” (primero) con “agonistes” (actor). Por último, la voz “agónico”, derivada de “agonía” es referenciada recién en 1832.

Por otro lado, la voz “agonía” tiene como raíz “ago” (gw): llevar, conducir, atraer, educar; de donde provienen los términos “ágora” y “agón” entre otros. Sabemos que los griegos celebraban sus fiestas fundamentalmente mediante competencias, certámenes de teatro, de poesía y también de deportes. El agón era la fiesta en que los competidores se enfrentaban por un premio. Representaba para los griegos la lucha, sobre todo en concursos, como los Juegos Olímpicos.[2] Pero el término agón era usado también en otros ámbitos. En efecto, la competencia estaba presente en las palestras, entre los atletas; en los anfiteatros, entre los artistas; en el ágora, entre los políticos; y en la Hélade, entre las ciudades-estado. Así, mientras “ágora” se utilizaba más bien para designar los lugares de reunión política, “agón” se usó para denominar cualquier otro lugar de reuniones o asambleas, especialmente de fiestas religiosas. Se llamaban agones los juegos que celebraban los antiguos griegos en ciertas fiestas, y que consistían no sólo en luchas gimnásticas, sino también en oposiciones de música, poesía y danza. De allí que “agón”(ἀgn), estrechando su significado, pasó poco a poco a designar sencillamente ‘lugar de competición’ y a los competidores, a los luchadores, ‘agonistas’, al adversario, ‘antagonista’, y la competencia como tal, el juego, la lucha, el combate, el enfrentamiento: ‘agonía’ (gwnἱa). Más adelante, fundamentalmente a partir de los escritos de los Evangelios y de los Padres de la Iglesia que conciben la vida cristiana como permanente combate, su significado es cargado semánticamente con el de angustia o sufrimiento expectante respecto de la muerte. Así, actualmente esta voz está ligada a la imagen del tiempo inmediatamente anterior a la muerte.

La temática del conflicto o del agón griego puede ser rastreada desde Hesíodo bajo la doctrina de los contrarios, pero en la filosofía se remonta al polémos heraclíteo que, según Nietzsche en La filosofía en la época trágica de los griegos (1873), es el agón griego convertido en principio rector de la naturaleza. Desde Heráclito entonces hasta nuestros días, el agón ha sido fuente de inspiración de innumerables doctrinas. Desde la tradición cristiana (especialmente a través de Pablo de Tarso y Agustín de Hipona), ha pasado por Pascal, Hegel, Proudhon, Kierkeggard, Nietzsche, W.James, Unamuno, Heidegger, Foucault, Arendt, Honig, Connolly, Vattimo, hasta llegar a Mouffe donde hoy se recupera esta noción para pensar lo político.

 

ISSN 0327-7763  |  2014 Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades  |  Contactar