Sección digital Reseñas
Stephen Corry (ed.): Pueblos indígenas para el mundo del mañana. Editorial Círculo Rojo, 2014. 453 pp
Porque todos somos bosquimanos
Victoria Herranz | Investigadora Independiente
Imaginemos que, desde hace miles de años, un territorio ha estado habitado por un mismo pueblo, convirtiéndose este en el más indígena de los indígenas, ya que ha “estado allí más tiempo del que nadie haya estado en ninguna parte” (p.127). Imaginemos, además, que los expertos señalan ese lugar como posible cuna de la humanidad, cuyos habitantes están genéticamente más próximos a nuestros antepasados que ningún otro pueblo. No hace falta imaginar. Ese pueblo existe. Solemos llamarlo bosquimano. Si, de un modo u otro, todos somos bosquimanos... ¿por qué los pueblos indígenas son, paradójicamente, los más amenazados?
Stephen Corry (Malasia, 1951), defensor de los derechos indígenas y director de Survival International, el movimiento global por los derechos de los pueblos indígenas y tribales, aborda esta y otras muchas cuestiones de interés crucial en su obra Pueblos indígenas para el mundo del mañana, publicado en España por Círculo Rojo Editorial, una guía en la que enfrenta la realidad indígena de manera crítica.
El libro contextualiza la cuestión indígena en diversos apartados, incluyendo un epígrafe a modo de conclusión. En un primer momento hace un análisis esclarecedor de la terminología referente a los pueblos indígenas, sus orígenes y sus limitaciones, considerando algunos de los debates académicos y legales sobre el tema. Un necesario informe acerca de cómo se constituyen los pueblos y quiénes forman parte de ellos, así como el significado de indígena, inauguran esta introducción. También, términos tan polémicos como raza o tribu son puestos en la palestra ahondando sobre su uso y las consecuencias del mismo en el acercamiento y la comprensión de los distintos pueblos, siendo además la categoría “raza” muy controvertida en el debate antropo-sociológico actual. Aborda, además, las áreas clásicas de la Antropología referentes al desarrollo de las sociedades, analizando las descripciones de cazadores-recolectores, pastores y nómadas, y poniendo en tela de juicio la creencia ampliamente aceptada según la cual el paso de la caza a la agricultura determinaría el progreso de una sociedad. El autor no enumera aquí una serie de términos y datos históricos de manera indiscriminada sino que da un paso más, llegando a incluir una teoría propia que denomina “error amish”, y la cual define como: “El error de asumir que ciertos pueblos viven en el pasado simplemente porque usan tecnologías distintas (...)” (p.52).
Más adelante elabora un recorrido a través del globo en el que, mediante la cita de diferentes pueblos indígenas, examina aspectos constitutivos de dichos pueblos como son la religión, la lengua, la familia o la división del trabajo, y ofrece un fructífero debate acerca de cómo es percibida esta forma de afrontar la vida por el resto de sociedades, subrayando nuevamente que puede que entre todos compartamos más semejanzas que diferencias. También aquí incluye uno de sus aportes teóricos, la “táctica Curtis”, consistente en retratar a los nativos tal y como debían haber sido anteriormente. Corry defiende que, junto al referido “error amish”, excluir de forma deliberada productos manufacturados en las imágenes indígenas a las que el gran público tiene acceso, no sólo ofrece una visión sesgada y poco realista de los mismos sino que, además, incide en una representación de los indígenas como “sociedad atrasada” (p.192).
Tras este itinerario descriptivo, se adentra en un extenso razonamiento acerca de cuáles son los problemas enfrentados por los indígenas y cuál es la visión y respuesta preponderante que el resto del mundo ofrece a los mismos.
Corry recuerda que la esclavitud, la violencia, la enfermedad o los robos de tierras y recursos están lejos de ser problemas superados, puras reminiscencias del pasado colonial, siendo, de hecho, acciones presentes y potencialmente “genocidas” (pp. 339-340). Si bien las leyes e instituciones internacionales han dado en las últimas décadas pasos decisivos en defensa de los derechos indígenas, su aceptación y aplicación por parte de gobiernos y sociedad están lejos de mostrarse de manera firme y unánime.
Tampoco olvida el autor la importancia de la imagen indígena, recordando que los relatos procedentes del cine, la televisión o la literatura influyen en la percepción de la sociedad y tienen, por tanto, una responsabilidad directa sobre ella. Igualmente, se muestra contundente respecto al turismo indígena y apela a dicha responsabilidad, tanto por parte de los promotores como de los consumidores, a la hora de hacer valer los derechos fundamentales de toda sociedad, tanto indígena como mayoritaria.
No menos importante es su defensa del conocimiento indígena, ampliamente usado por la sociedad global (tal es el caso de los recursos naturales), y rompe una lanza a favor de dicha propiedad intelectual recordando que, mientras nos beneficiemos de sus conocimientos, estaremos en deuda con los pueblos indígenas.
Por último, en apenas cuatro páginas, el autor finaliza con una advertencia que no por personal deja de ser de vital aplicación. El autor sostiene que los conflictos, no sólo no desaparecerán, sino que, además, serán más cruentos y se muestra tajante al afirmar que, actualmente, existen dos bandos claramente diferenciados: quienes defienden los derechos de las minorías y todos aquellos movimientos nacionalistas y xenófobos que no están dispuestos a ceder sus privilegios en favor los derechos fundamentales. Para Corry, en dicho enfrentamiento, la opinión pública resultará decisiva y no se amilana en señalar a gobiernos y empresas como causantes de la mayoría de los problemas que enfrentan los indígenas, con el despojo de sus tierras ancestrales y recursos a la cabeza. Por ello, afirma, no es paternalista decir que los pueblos indígenas necesitan hoy en día a la sociedad mayoritaria como aliada, ya que tiene en su mano propiciar un cambio de rumbo que lleve a sus responsables a actuar de manera razonable: “Los pueblos indígenas sobrevivirán si hay una proporción significativa de la opinión colectiva que así lo quiera y que así lo exprese” (p.428). Corry incluso va más allá al afirmar que el llamado progreso se sustenta sobre el enriquecimiento de una parte de la población a costa del trabajo y los recursos de otros y, sentencia, esto no es históricamente inevitable sino un crimen que debe ser juzgado.
Stephen Corry concluye apelando a un posicionamiento honesto frente a quienes se empeñan en definir a los pueblos indígenas como primitivos, recordando que el actual modelo industrial genera pobreza y desigualdad tanto en los países más desarrollados como en el denominado Tercer Mundo, estando así lejos de convertirse en la panacea de la Humanidad. Luchar por la aplicación de la justicia es un deber compartido y, para ello, el debate indígena no es marginal sino que, “definirá qué tipo de mundo forjará el siglo XXI” (p. 434).
Si buscan un manual al uso no se molesten, aquí no lo encontrarán. Si necesitan un extenso repertorio de fuentes acompañado del más erudito de los lenguajes, tampoco lo encontrarán. Si lo que desean es escuchar un testimonio fruto de la experiencia en un tono accesible este es su lugar. Si, además, les gustan los relatos cargados de referencias irónicas y ese sutil humor inglés, la obra les fascinará (más que recomendable para ello la lectura de la obra en lengua inglesa).
Pueblos indígenas para el mundo del mañana no nos habla únicamente de los pueblos indígenas y tribales. No. Su objetivo es mucho más ambicioso. Lo que la obra propone es una profunda reflexión sobre lo que el ser humano es realmente. ¿Acaso los problemas que enfrentan los indígenas no son los mismos que enfrentamos el resto de poblaciones? ¿Alzamos la voz en defensa de nuestros derechos y erigimos gobiernos e instituciones competentes para que velen por los mismos mientras permitimos que esos derechos, comunes, sean obviados, cuando no aniquilados, en la causa indígena?
Stephen Corry nos muestra una perspectiva fruto de su activismo político, la visión de alguien que ha dedicado su vida a una causa que considera, no sólo justa, sino también legítima, y lo hace de la mejor manera posible: en un lenguaje claro y contundente, sin ofensas pero sí apuntando hacia la herida e, incluso, proponiendo su cura.
Al parecer, miembros del gobierno de Botsuana calificaron a Corry de mentiroso, diablo y bala perdida. Y lo hacían mientras expulsaban a sus legítimos habitantes, los bosquimanos, de sus tierras ancestrales. Es de esperar que cualquier autor con una mínima ambición pretenda recibir, al menos, un puñado de buenas críticas (y las ha tenido). Sin embargo, qué mejor crítica que la indignación de un gobierno señalado. Quizás, sólo quizás, Stephen Corry vaya por el buen camino y sea más que acertado el guiño que la organización Survival International hace a su libro al afirmar que “los gobiernos lo odiarán”. Porque, al fin y al cabo, todos somos bosquimanos.