Sección digital Otras reseñas

La compleja génesis del Estado en América Latina I

Franco Gamboa Rocabado [1]

Las complejidades en el desarrollo político de América Latina nos obligan a pensar con cuidado sobre cuál es el papel de la historia y la necesidad de su comprensión por medio de la identificación de “procesos causales”. América Latina, no solamente se caracteriza por una particular trayectoria histórica, sino también por las problemáticas decisiones que los actores políticos y los líderes tomaron en un determinado momento para conducirnos hacia “senderos específicos”, de los cuales dependemos hasta el día de hoy.

Una problemática siempre difícil es la comprensión del origen del Estado en América Latina. Si bien no es posible construir una “gran teoría política” sobre el continente, y mucho menos explicar desde un solo perfil teórico la diversidad de situaciones en las que emergió el Estado, académicos estadounidenses como Fernando López-Alves y Miguel Ángel Centeno han hecho un esfuerzo encomiable con dos libros que merecen una detenida reflexión: State formation and democracy in Latin America, 1810-1900, Durham: Duke University Press, 2000; y Blood and debt. War and the nation-state in Latin America, Pennsylvania: The Pennsylvania University Press, 2002.

 

Entre la guerra y la búsqueda de institucionalidad
López-Alves, Fernando. State formation and democracy in Latin America, 1810-1900, Durham: Duke University Press, 2000.

 

El libro es una contribución importante a la génesis histórica del Estado en Uruguay, Colombia y Argentina, además de utilizar como casos de comparación adicional a Paraguay y Venezuela; sin embargo, López-Alves extrae conclusiones para el conjunto del continente latinoamericano, sin construir un argumento sólido y convincente que sintetice la heterogeneidad económica, étnica y social de la región; por esta razón, la ilación entre un capítulo y otro se hace bastante confusa, además de no describir una evolución cronológica capaz de especificar el principal objetivo del autor que se centra en las dinámicas estructurales para la construcción estatal llevadas a cabo por los militares, el nacimiento embrionario de los partidos políticos y la movilización proveniente de la sociedad civil que, básicamente, está representada por el campesinado y las particulares condiciones del área rural después de las guerras de independencia entre 1810 y 1900.

Las principales condiciones que Fernando López-Alves trata de resaltar son las acciones políticas y la intencionalidad de las élites dirigentes, el ejército o los partidos políticos. Por ejemplo, considera que en Chile, Uruguay y Colombia, los partidos fueron lo suficientemente fuertes como para articular el poder del Estado que necesitaba una centralización importante después de la ruptura con la conquista española; un caso diferente sería Argentina donde no pudo madurar un sistema de partidos. Asimismo, Chile, México y Argentina tuvieron la capacidad de tener un Estado que concentrara el monopolio de la coerción y centralizara el poder por medio de la violencia de arriba hacia abajo, a diferencia de Colombia, Uruguay y Venezuela donde el Estado por mucho tiempo tuvo una presencia débil en el área rural. El perfil analítico, por lo tanto, tiene dos componentes:

a) El primero constituye el problema de la centralización del poder, la construcción del Estado y el diseño de las instituciones de gobierno; por esta razón, López-Alves se pregunta (dentro de la tradición sociológica de Max Weber) ¿cómo y en qué grado el Estado pudo ganar el control de los principales mecanismos de coerción dentro de un determinado territorio?, ¿de qué manera el Estado es una entidad que mantiene una estructura autónoma y diferenciada?

b) El segundo se concentra en la formación de coaliciones que abrieron paso para el surgimiento de regímenes democráticos, ¿cuáles serían los métodos para elegir gobiernos y asambleístas representativos (elecciones o golpes de Estado)? Aquí, el concepto utilizado es poliarquía, a partir de Robert Dahl, donde destacan la participación de las bases rurales y las acciones de la oposición en la disputa por el poder.

El libro propone un marco interesante de análisis entre el tiempo que duró el proceso de “centralización del poder estatal” y “qué tipo de régimen” fue tomando forma en términos de gobierno y equilibrios entre los nuevos titulares del poder después de la colonia y los esfuerzos por lograr legitimidad en la sociedad. López-Alves reflexiona en torno a qué relaciones políticas existieron en el nacimiento de los Estados fuertes y una tendencia corporativista y estado-céntrica en el diseño de las políticas públicas, o si tuvo lugar un proceso más lento de centralización del poder que fortalezca más bien el pluralismo, los partidos políticos y los gobiernos locales.

Las respuestas son poco claras; sin embargo, una de las principales hipótesis sugiere que en América Latina, cuando los partidos y el ejército asumieron un papel preponderante en la formación del Estado, el resultado fueron un conjunto de regímenes más o menos democráticos. En medio estarían las condiciones culturales propias de cada país, junto con el estallido de guerras y la movilización de campesinos pobres que también influyeron en la construcción de las naciones y los Estados.

Para López-Alves, el conflicto, la persistencia de guerras luego de la ruptura con la corona española, y un tipo específico de coaliciones entre los partidos, los movimientos sociales y la acción de los militares, dieron lugar a estructuras institucionales claras que originaron los Estados.

Asimismo, surgió un choque entre los partidos políticos como constructores del Estado y las estructuras de la modernidad, puesto que la experiencia Latinoamericana contradiría las tesis del teórico estadounidense  Samuel P. Huntington, para quien los partidos cumplieron un papel central en la creación de los sistemas políticos modernos; sin embargo, López-Alves afirma que los partidos no representaron signos claros de modernidad. De cualquier manera, el autor reconoce que Huntington tenía razón al decir que “el orden político” se desarrolla de manera independiente al desarrollo económico; por lo tanto, el orden político y el desarrollo tendrían no solamente objetivos disímiles, sino que seguirían sus propias lógicas autónomas, mostrando que en América Latina, las guerras y los conflictos fueron las principales causas que dieron forma al Estado.

El establecimiento de patrones de dominación construidos por los Estados oligárquicos entre 1810 y 1910, preparó el terreno para las futuras transformaciones radicales a partir de los años treinta. El eje de reflexión se centra en el tiempo y las condiciones en que fue consolidándose la centralización del poder estatal. Siguiendo los argumentos de Charles Tilly en Coercion, capital, and European States, AD 990-1992, el capital y la coerción también caracterizarían el desarrollo estatal en América Latina después de las guerras de independencia; empero, mientras la coerción se manifestó con intensidad, el capital fue administrado de manera ineficiente, recurriéndose a los préstamos internacionales y mostrando al mismo tiempo de qué manera el Estado se veía impedido de resolver los conflictos domésticos.

Si bien para Charles Tilly, el crecimiento económico que consolida las estructuras de producción capitalista va de la mano con la coerción, en América Latina, las élites constructoras del Estado intentaron moldear tres objetivos que dieron lugar a resultados contradictorios:

a) Echar las bases de una economía capitalista pero recurriendo a los préstamos externos de Europa. López-Alves no logra explicar con más detalle este fenómeno.

b) Intentar construir una “nación”, cuando en la gran mayoría de los casos, ésta no precedió a la fundación del Estado. El libro no incorpora ninguna reflexión sobre la enorme dificultad para “imaginar una nación” en los países andinos.

c) Las burocracias estatales fueron ineficientes para orientar la modernización capitalista. López-Alves explica superficialmente los déficits de modernización burocrática de los Estados latinoamericanos entre 1810 y 1900.

d) Los Estados oligárquicos tuvieron que preocuparse por el “manejo del poder” y las estrategias para generar pactos durante los conflictos y después de las guerras. Esta es la parte mejor explicada por el libro.

Los conflictos más cruciales surgieron en torno a la propiedad de las tierras; es decir, entre la fuerza de trabajo rural y los terratenientes. Sobre todo, las poblaciones rurales se rebelaron en contra del “poder central”, estimuladas por una serie de caudillos. Las élites gobernantes establecieron por lo tanto, relaciones patrimoniales y clientelares con los caudillos rurales, manteniendo así su poder pero debilitando las nacientes estructuras estatales.

Cuando el autor trata de encontrar razones históricas y características específicas que diferencien a Latinoamérica del resto de otros continentes como Europa y el Imperio Otomano, utiliza una hipótesis en la que afirma que América Latina expresó una especial tensión entre el Estado y la sociedad civil, cuyo rasgo central fue una polarización entre dos tipos de actores débiles porque “el Estado nunca pudo penetrar en la sociedad civil, así como ésta también fue incapaz de penetrar al Estado”.

Este argumento no parece tan convincente para el área andina de América Latina, sobre todo con la situación de la Real Audiencia de Charcas y la explotación de plata donde la estructura estatal española sí ejerció un total control de la sociedad civil por medio de la “mita”, sometiendo sistemática y violentamente a las poblaciones indígenas de todo el Alto Perú.

Una vez en el poder, las élites políticas desde 1810 trataron de dar forma a las instituciones según sus intereses buscando cierta autonomía en el diseño institucional, o regulando la distribución de recursos y poder; sin embargo, las consecuencias “deseadas y no deseadas” adoptadas por las decisiones de las élites dependieron de los conflictos extra-estatales que aquellas élites, por lo general, no podían controlar. Al mismo tiempo, según López-Alves, la movilización de las masas rurales pobres también dio forma a las instituciones estatales y al tipo de régimen que fue surgiendo en Colombia, Argentina y Uruguay.

Uruguay logró construir una “autonomía estatal” por medio de la formación muy temprana de partidos políticos hábiles para los pactos y el manejo calculado del poder; además, las élites económicas dependieron bastante de los liderazgos militares y caudillistas, aunque éstos mantuvieron una total autonomía del mundo de los negocios.

Colombia y Argentina tuvieron menos éxito en lograr la autonomía del Estado porque fruto de los conflictos, las élites penetraron de manera directa en las estructuras estatales por medio de una alianza con los militares. El gobierno argentino utilizó muy bien el poder central del ejército para someter a las regiones de arriba hacia abajo, además que durante la dictadura de Rosas, los partidos fueron proscritos debilitándose su funcionamiento institucional como parte de una democracia recién nacida.

Los conflictos posibilitaron la formación de partidos políticos que se organizaron con estructuras flexibles bajo la forma de “partidos de cuadros”, en los cuales el liderazgo estaba cimentado en amplias bases sociales, con ideologías borrosas y una burocracia descentralizada. Sin embargo, hacia el final del siglo XIX, el financiamiento, reclutamiento y las campañas políticas mostraban que algunos dirigentes manejaban los partidos de manera altamente institucionalizada. La centralización del poder implicó también centralizar las burocracias de los partidos. Esta explicación está poco aclarada en el libro, de tal manera que López-Alves no logra mostrar un discurso único que caracterice al conjunto de América Latina.

La dinámica de los conflictos tuvo un impacto y desarrollo político que generó resultados diferentes sobre los partidos políticos. En Uruguay, la resolución de los conflictos se materializó por medio de cuotas de poder que fueron repartidas entre los partidos, consolidándolos. En Colombia, por el contrario, la capital Bogotá se convirtió en el epicentro del poder y la construcción de la nación, mientras que los caudillos políticos amenazaron con una secesión territorial para romper con el federalismo; por lo tanto, la negociación de los conflictos fue mucho más compleja debido a las tensiones entre las regiones y el centro del poder político. En Colombia, aquellos que tenían el poder persiguieron a la oposición pero terminaron por fortalecer las “sub-culturas de resistencia ligadas a los adversarios de la oposición en las regiones descentralizadas”.

El autor afirma que la capacidad de los constructores del Estado para “imponer sus preferencias ideológicas” respecto al diseño institucional fue dependiente, más que nada, del tipo de acción colectiva durante los conflictos para lograr apoyo en la sociedad, así como también fue dependiente de la fortaleza de la oposición.

Otras variables como el grado de urbanización, las relaciones de producción, el surgimiento de una agricultura comercial y el peso del campesinado para fomentar procesos revolucionarios como aquellos surgidos en las revoluciones rusa o china, constituyeron influencias que no necesariamente son capaces de pronosticar los resultados políticos en la formación de los Estados en Uruguay, Colombia y Argentina.

En consecuencia, López-Alves considera que “no existe un determinismo histórico” para explicar el desenvolvimiento de América Latina, sino que es importante pensar en los resultados políticos e históricos utilizando otros argumentos que finalmente falsifiquen sus interpretaciones históricas.

Si bien el surgimiento del Estado en Europa mostró la combinación entre el capital y la coerción, o entre el crecimiento económico y la dominación, en el caso de América Latina, el desarrollo histórico no presentó una lógica lineal porque el Estado emergió ligado a una externalidad de múltiples causas, relacionada con los siguientes factores:

a) La fuerza del ejército.

b) Las consecuencias de múltiples guerras para sentar soberanía territorial después de la colonia.

c) La habilidad de las élites políticas para generar alianzas históricas específicas, mantenerse en el poder y desarrollar un sistema de partidos políticos, pero al mismo tiempo, imponiendo coerciones para reprimir a la oposición.

López-Alves sugiere mirar los “resultados políticos concretos” en el nacimiento de los Estados Latinoamericanos; es decir, cómo el Estado permanece como un conjunto de relaciones de poder, relaciones sociales y un conjunto de instituciones pero en ausencia de las causas primigenias que le dieron lugar al final de las guerras de independencia de la corona española desde 1810.

El libro afirma que la eficiencia, lógica económica y el crecimiento por medio del mercado y la emergencia de la sociedad industrial, no constituyen las causas plausibles en el caso del nacimiento del Estado en América Latina, sino que el manejo del poder se ligó, en todo caso, a otros factores de explicación cultural, superestructural y las ideas en torno a la construcción de una “Nación” por parte de las acciones colectivas.

Por último, el actuar específico de las élites, los partidos, el caudillismo local y el ejército que trataban de centralizar el poder en los nuevos Estados, fallaron en la instauración de burocracias eficientes, razón por la cual orientaron todos sus esfuerzos hacia la coerción como el último recurso para mantener un control territorial y administrar negociaciones con las amplias bases rurales pobres que facilite la administración del poder.



[1] Sociólogo político, miembro de Yale World Fellows, Yale University y del Instituto de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile, franco.gamboa@aya.yale.edu

 

 

ISSN 0327-7763  |  2010 Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades  |  Contactar