Este año celebramos 300 del nacimiento de un gran pensador y matemático ilustrado, Jean le Rond D’Alembert. Tras venir al mundo el 16 de Noviembre de 1717, su madre –mujer de buena familia, ex monja, con vida política y amorosa muy activa– abandonó al bebé en las escaleras de la iglesia de Saint-Jean-le Rond: de ahí viene su nombre. Vivió con una mujer pobre, Madame Rousseau, a quien consideró su verdadera madre. Por fortuna para él, su padre decidió ocuparse –a escondidas– de asegurarle un futuro al niño, y financió sus estudios en buenas instituciones privadas. Aunque estudió derecho, y sus maestros jansenistas le animaron a probar también con la teología y la medicina, ninguno de estos temas le atraía realmente: las matemáticas y la filosofía fueron su pasión.
D’Alembert fue un matemático muy notable, pero en su fama rivalizan trabajos filosóficos y literarios que le ocuparon cada vez más tiempo. Digamos que su vida tuvo un comienzo como sabio dedicado a sus estudios, y luego entró en otra fase bien distinta de intelectual. En 1743 publicó su Tratado de dinámica, una obra fundamental en la que formula el conocido Principio de d’Alembert, que presenta las distintas fuerzas que actúan sobre un cuerpo como un sistema en equilibrio. Al hacer esto, venía a reducir la dinámica a consideraciones de estática; y a la vez, tal como él formulaba la cuestión, los conceptos dinámicos fundamentales evitaban la idea de fuerza a distancia. Todo esto tiene que ver con las muchas dudas que hubo a comienzos del siglo XVIII con esa idea newtoniana tan oscura, y las polémicas entre visiones cartesianas, newtonianas, leibnizianas, etc., en el campo de la física. Sea como sea, el Tratado de dinámica fue la gran obra científica de D’Alembert y le dio gran reputación.
Durante los años 1740, D’Alembert realizó muchas aportaciones importantes desde su puesto en la Academia de Ciencias de París: sobre el equilibrio y el movimiento de los fluidos, sobre las cuerdas vibrantes (en un artículo donde aparece la ecuación de onda por vez primera), etc. Sin embargo, sus relaciones con los demás académicos –y en particular con Clairaut– iban empeorando. En 1746 su vida dio un giro importante al ser presentado a Madame Geoffrin, mujer que mantenía uno de los salones de París: pronto disfrutó de una activa vida social, abandonando su existencia solitaria, y poco después se embarcó con Diderot en la empresa de publicar la Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios.
El primer volumen, que apareció en 1751, llevaba un Prefacio o Discurso preliminar de D’Alembert que fue aclamado como una obra genial, llegando a decirse que contenía “la quintaesencia del conocimiento humano”. Sigue siendo un trabajo estupendo como introducción al pensamiento ilustrado ( puede verse en https://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/filosofia/enciclopedia/2.html ). D’Alembert escribió un gran número de artículos de la Enciclopedia, y en algunos propone ideas matemáticas nuevas y valiosas: como cuando define la derivada de una función (en el art. Diferencial), o cuando propone que la idea misma de límite debe ser la base para tratar el cálculo.
Hay que recordar que el trabajo en la Enciclopedia era peligroso, ya que la obra buscaba transformar las ideas, los valores y la sociedad de su época. En 1752 se suspendió la publicación, y fue prohibida en 1759, aunque siguió apareciendo de manera clandestina hasta los años 1770. En esos veinte años la obra causó polémicas entre las clases aristocráticas, persecución y rechazo por parte de la Iglesia, y desavenencias entre Diderot y D’Alembert, quien abandonó la empresa tras la prohibición de 1759. El gran revuelo que causó en el Antiguo Régimen fue principalmente por su tono de tolerancia religiosa: elogiaba a pensadores protestantes y desafiaba la imposición del dogma católico; consideraba la religión como ligada a la filosofía, no como el último recurso del saber y la moral.
Cada vez más orientado a la filosofía y la literatura, D’Alembert fue elegido miembro de la Academia Francesa en Noviembre de 1754; y en 1772 se convirtió en su “secretario perpetuo”, dedicando mucho tiempo a escribir obituarios. Se dice de él que tenía una personalidad muy polémica, que era “como un rayo que levantaba chispas” de sus compañeros philosophes, y que siempre estuvo rodeado de controversias, en las que a menudo se enemistó con personas de la talla de Daniel Bernoulli o el mismo Euler.
Fue un gran escritor y un magnífico pensador. Creo que vale la pena despedirnos de él citando esta frase: “La imaginación de un matemático creador no dista mucho de la de un poeta inventivo. Entre todos los grandes hombres de la Antigüedad, Arquímedes bien puede ser quien más merece ser situado junto a Homero.”
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