El New York Times, 1995: se publica un artículo acerca de la sociedad industrializada y su futuro. El autor argumenta que la industrialización y las revoluciones tecnológicas han sido desastrosas para la raza humana, a pesar de consecuencias positivas como el aumento en la esperanza de vida: “han desestabilizado la sociedad, han hecho que la vida resulte insatisfactoria, han sometido a indignidades a los seres humanos, han causado mucho sufrimiento psicológico y serios daños al mundo natural”. Por eso, el autor defiende “una revolución contra el sistema industrial… que puede ser repentina o relativamente gradual”, pero que en todo caso no será una revolución política, sino que buscará “derrocar las bases económicas y tecnológicas de la sociedad actual”.
Los temas son bien conocidos, desde luego: la alienación causada por las nuevas formas de trabajo, la deriva hacia objetivos artificiales (compras compulsivas, consumo de entretenimiento), el riesgo de futuros ‘avances’ como la ingeniería genética o la robótica, el peligro de que los humanos se vean ‘ajustados’ para encajar en las necesidades del sistema social (y no a la inversa), los daños quizá irreversibles a la naturaleza.
El autor es un matemático norteamericano, que estudió en Harvard y realizó una tesis doctoral excelente en Michigan (1967, sobre teoría de funciones geométrica), pasando luego a ser el más joven “assistant profesor” en la historia del Departamento de Matemáticas de la Universidad de Berkeley. Máximo nivel, sin duda. Sin embargo, algo no andaba bien en todo esto, y en unos años el joven prodigio abandonó la enseñanza universitaria y la investigación. Se retiró a un lugar idílico en Montana buscando reintegrarse en la vida natural, queriendo ser autosuficiente, y vivió en una cabaña aislada sin electricidad. Pero incluso allí, en un remoto lugar del campo, llegaron los efectos de la ‘vida moderna’: al cabo de pocos años, el paisaje salvaje en torno a su cabaña se vio destruido por proyectos de ‘desarrollo’ inmobiliario y proyectos industriales.
Theodore Kaczynski se hizo famoso por sus acciones violentas entre 1978 y 1995, años en los que envió por correo, o a veces entregó en mano, una serie de bombas cada vez más sofisticadas que mataron a 3 personas e hirieron a otras 23. Los artefactos llevaban las iniciales ‘FC’, que Kaczynski explicaría más tarde como una referencia a ‘Freedom Club’. Las víctimas de su campaña estaban cuidadosamente elegidas: profesores universitarios, ingenieros, dueños de tiendas de computadoras, ejecutivos como el presidente de United Airlines… En todos los casos, actores clave del sistema económico, industrial y tecnológico.
Con gran habilidad, el terrorista dejaba pistas falsas en sus bombas, evitando dejar sus propias huellas; si había huellas dactilares en los artefactos, no encajaban con las que se encontraron en sus cartas. El FBI desarrolló una muy larga y cara investigación para encontrarle, durante la cual le identificaron como UNABOM (University and Airline Bomber) y por ello los medios de comunicación le llamaron Unabomber. Fueron el propio FBI y la Fiscal General Janet Reno quienes apoyaron la publicación del manifiesto La Sociedad Industrial y su Futuro (1995), confiando en que publicarlo ayudara a localizar al peligroso terrorista. En efecto, el hermano de Kaczynski, David, reconoció su estilo y les dio la pista.
¿Un desequilibrado? Seguro, aunque su caso nos recuerde a figuras bien diferentes, como el mismo Grothendieck. ¿Un loco peligroso y nada más? Quizá, pero hay otra posible explicación, mucho más inquietante.
El largo escrito de 1995 es perfectamente coherente, bien argumentado y bastante incisivo. Como dijo un experto, quizá no sea la obra de un genio, pero desde luego tampoco de un loco: “su pesimismo sobre la orientación de la civilización y su rechazo del mundo moderno son compartidos, especialmente, por las personas más educadas del país”. Y ahora viene lo interesante, lo alarmante. La mente de Kaczynski había recibido un entrenamiento especialmente intenso, tanto, que cabría decir que él era un sujeto tecno-científico, un verdadero producto del ‘brave new world’ de la ciencia, la economía industrial y la tecnología del siglo XX.
El pobre Theodore no solo recibió una excelente educación matemática durante el bachillerato (fue un estudiante muy destacado) y en las mejores universidades de EE.UU., por más de una década. Con su tesis doctoral y su contrato en Berkeley, conseguía el éxito que todo joven matemático busca. Pero en Harvard había recibido también otro tipo de entrenamiento.
En su segundo curso, Kaczynski entró a participar en un estudio psicológico desarrollado por el prestigioso profesor Henry Murray; en realidad, era un brutal experimento diseñado para controlar el comportamiento y explorar las reacciones bajo situaciones de intenso estrés. Un proyecto maligno financiado al parecer por la CIA, en el contexto de lo que se llamó MK Ultra (programa que dio lugar a unos 150 proyectos en torno al control mental y el interrogatorio, desarrollados en 80 instituciones diferentes). Era 1959, todo esto sucedía bajo el signo de la Guerra Fría y la demente era del macartismo (mccarthyism). El mismo experto de arriba describe la investigación del Dr. Murray como “un experimento psicológico intencionadamente embrutecedor”.
Se dijo a los sujetos que debatirían su filosofía personal con otro estudiante, y para ello se les pidió que escribieran ensayos sobre sus creencias y aspiraciones. Estos ensayos fueron entregados a un abogado, que en una nueva sesión confrontaría al sujeto con ataques “vehementes, bruscos, y abusivos en lo personal” empleando como armas los contenidos del ensayo. Entretanto, se monitorizaban las reacciones del sujeto con electrodos. Las sesiones fueron filmadas y las expresiones de ira y rabia de aquellas ‘cobayas’ les fueron mostradas más adelante de forma repetida. Había un nuevo encuentro cada semana, en el que alguien humillaba y abusaba verbalmente de Kaczynski y de sus compañeros. El proceso duró tres años.
De acuerdo con lo anterior, la mente de Kaczynski había sido modelada, por dentro y por fuera, en contextos tecnocientíficos. Su extrema sensibilidad hacia los efectos del mundo industrial y tecnológico, hacia las “indignidades” que llegan a padecer los seres humanos, el sufrimiento psicológico y los “serios daños al mundo natural”, sin duda tuvieron que ver con su terrible experiencia juvenil. De forma desequilibrada, esto le llevó a buscar ‘soluciones’ dentro de la tradición más violenta del anarquismo; pero todo indica que su objetivo no era egoísta, quería cambiar el mundo. El producto final de estos ‘experimentos’ del siglo XX debería servir para que desconfiemos del modo apresurado e improvisado en que se ponen en marcha tantos cambios tecnológicos y sociales. Nuestro futuro está en juego.
PS: No pretendo haber explicado ni analizado de forma completa el caso de Unabomber. No soy un experto en el tema. Pero la historia me parece sumamente instructiva, aún si hubiera que tomarla como un relato no más válido que otros, un cuento moral basado en hechos muy reales. Para saber más, puede leerse el libro de Alston Chase, Harvard and the Unabomber: The Education of an American Terrorist (Norton, 2003). La conexión entre Murray y MK Ultra es muy probable, pero no totalmente segura: la mayoría de los documentos de MK Ultra fueron destruidos en 1973 por orden del director de la CIA Richard Helms; el proyecto fue comenzado en 1953 por el director de la CIA Allen Welsh Dulles. Lo investigó un Comité del Congreso de los EE.UU. y sus resultados se dieron a conocer en 1975. Algunos de los sujetos participantes murieron.
Dejar una contestacion