Conozco a alguien que afirmó que la vida sin las matemáticas sería como la de los monos de 2001, una odisea del espacio, antes de que se les apareciera el monolito –aquí vale tanto la novela de Clarke como la película de Kubrick–. El propósito de esta sección será mostrar que esa frase no es exagerada y, quizá incluso, se queda corta. Pretendemos también reclamar para las matemáticas parte del reconocimiento y la fama que a menudo se atribuye en exclusiva a la física, la química, la biología, la astronomía, la tecnología o la medicina, por descubrimientos y avances que, en no pocos casos, deben tanto a la primera de las ciencias –las matemáticas– como a las que vinieron después. Ya sé que esto suena a obsesión, al «¡Quiero que te vengas a vivir conmigo, que mueras conmigo, que lo hagas todo conmigo!» que le dijo Humbert Humbert a Lolita –por citar de otra película de Kubrick, o de la novela de Nabokov–. ¡Qué le vamos a hacer! En cualquier caso no somos los únicos obsesionados, pues ya el príncipe de los ingenios hizo decir a su Don Quijote que incluso los caballeros andantes: «han de saber matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas».
El universo es raro II: Las desigualdades de Bell
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