Desde sus primeras ediciones, el público sevillano siempre se ha mostrado muy entusiasta con las llegadas de la ronda española a la capital hispalense. En la de 1935, “el Parque de María Luisa presenta un aspecto magnífico por la enorme cantidad de público que aguarda a los corredores”. Al año siguiente no decayó el ambiente: “El entusiasmo de los sevillanos se ha desbordado y el recibimiento del buen pueblo ha sido realmente entusiasta”, relata un cronista, que también destacó la calurosa ovación tributada a los corredores, en particular al sevillano Montes, que fue objeto de cariñosas manifestaciones. En la primera edición tras la Guerra Civil (1941) también resaltaron las crónicas el “numeroso público que acudió a presenciar la llegada, manteniéndose el orden por fuerzas de la Policía Armada”. Incluso, sacaron a hombros al sevillano Antonio Montes, ganador de la etapa del día anterior entre Salamanca y Cáceres. Y así prácticamente en las 13 ocasiones que la Vuelta a españa ha pasado por Sevilla. Una sola excepción, y no por culpa del público. En 1950, José Serrá protagonizó en solitario casi toda la etapa entre Jerez y Sevilla y llegó con cerca de una hora de adelanto sobre el horario previsto a la meta situada en la Avda. de La Palmera con las tribunas desiertas, por lo que los mayores aplausos se los llevó Alemany, último clasificado de la etapa. En la edición de 1959, la animación era muy grande desde primeras horas de la mañana en el paseo de la Palmera, llegada de la tercera etapa que partía desde Córdoba, gracias a la organización de dos criteriums, uno para aficionados y otro para profesionales.
La organización de la Vuelta a España, en sus primeras ediciones, elegía la capital hispalense como escenario de jornadas de descanso, en las que los corredores contaban con una agenda muy apretada debido a los múltiples actos preparados por la organización de la prueba y los responsables municipales. Un clásico en este programa de agasajos a los ciclistas era la visita al Alcázar, acompañados por las autoridades locales, pero también gozaban de funciones teatrales, corridas de toros o ‘copas de vino’. Parece que los días de descaso eran realmente jornadas no competitivas, porque los corredores descansar, descansaban poco.
Profusión gastronómica en los avituallamientos
Llama la atención la profusión gastronómica en las zonas de avituallamiento. En 1935 en Antequera, en la etapa que finalizaba en Sevilla, recibieron a los corredores con copas de manzanilla. En 1941, el ágape fue para no olvidar: huevos, plátanos y café, proporcionados por la organización, en Mérida, y, al paso por Almendralejo, sidra, botellas de Vermouth y abundantes manjares, obsequios de las bodegas de D. Luis Montero. Igualito que las barritas energéticas de hoy en día…
Por cierto, el clásico tiempo primaveral andaluz no apareció en las dos primeras ediciones de la Vuelta a su paso por Sevilla, ambas en el mes de mayo. En 1935, los ciclistas recorrieron los 260 kilómetros de recorrido entre Cáceres y Sevilla en “un día de bruma, gris, con algún que otro latigazo de lluvia”. Al año siguiente se repite el decorado con cielos nublados y lluvia, diluvio en algunos momentos: “La Giralda no ha querido ver la entrada de los corredores en Sevilla y ha envuelto su garbo en un cendal de nubes”, escribió un cronista.
Los periódicos de la época también hacen mención a las ‘moscas’, en referencia a los aficionados que solían acompañar a los participantes en la Vuelta a España en algunos tramos de las etapas. En la salida desde Granada con destino a Sevilla en 1935, los ciclistas se vieron rodeados de ciclistas de paisano. En 1936 siguen siendo protagonistas. Su forma de actuar era simple: se desplazan desde su localidad a unos kilómetros para ver de cerca a los corredores y hacer con ellos la entrada en el pueblo. Pero ese año se recurrió a un infalible ’insecticida’: el capitán de la Guardia Civil Muro, que frustraba este acompañamiento.
Una de las principales quejas de las cronistas de aquellos años era el mal estado de las carreteras. los periodistas encargados de cubrir la incipiente ronda española no ahorraban calificativos negativos para informar sobre el estado de las carreteras por las que pasaban los ciclistas, muy diferentes, desde luego, a las actuales.
Un cronista, en relación a la etapa Granada-Sevilla de la primera edición de la Vuelta (1935), habla de “carretera infernal sólo dulcificada a la llegada a Sevilla, más o menos” o de una forma mucho más expresiva: “Una carretera traída expresamente del infierno para esta prueba (…) Continuamos sobre una carretera que demuestra hasta qué punto se ha progresado en la construcción de automóviles. Ninguno de ellos se parte en dos en aquellos baches”. Sin olvidar los dolores en las muñecas de los ciclistas provocados por la continua “trepidación de la máquina por el camino infame” del día anterior.
Al año siguiente no mejoraron mucho las cosas. Un periodista critica a la dirección técnica de la Vuelta a España, entre otras cosas, por “hacer ir a los corredores con sus frágiles bicicletas por rutas harto difíciles” durante la etapa del día anterior a la que discurrió entre Cáceres y Sevilla (Salamanca-Cáceres).
Casi un milagro es que finalizara sin incidentes la sexta etapa de la edición de 1981 de la Vuelta entre Mérida y Sevilla, con 199 kms. de recorrido. Al paso por Almendralejo, la Policía Nacional y la Guardia Civil tuvieron que disolver una huelga de parados que amenazaban con parar la carrera y, ya en Sevilla, los ciclistas tuvieron que sortear como pudieron las peligrosas vías del tranvía por las principales avenidas de la ciudad y el intenso tráfico, cortado a última hora debido a una falta de coordinación.
Dos llegadas a la Isla de la Cartuja… pero en obras
Por último, es inexplicable que la Vuelta tuviera que soportar las incomodidades de situar la línea de meta en la isla de la Cartuja en los dos años previos a la celebración de la Expo 92 y que, sin embargo, el año de la Exposición Universal no pasara por la ciudad la ronda española. En 1990, los accesos eran dificultosos debido al habitual complicado tráfico de la ciudad y hasta los ciclistas tuvieron que soportar los rigores de la comprobación de identidades. El año anterior a la Expo, el ritmo de las obras complicó los últimos kilómetros de etapa, de lo que se quejaba el mismísimo Manolo Sainz: “El año que viene va a quedar muy bonita, pero este año ha sido tremendamente peligrosa; había demasiada gravilla o alguna tierra suelta y demasiados cruces”. El año de la Expo, la carrera rozó Sevilla en la etapa Jerez-Córdoba, pero no llegó a adentrarse en la capital andaluza.