A lo largo del texto hemos podido ir comprobando esa relación entre sentidos y realidad que van conformando la percepción del mundo desde una perspectiva que nos es familiar: la occidental, la del hombre blanco, la del que pisa por primera vez un continente desconocido. En primer lugar, a través de la vista percibimos la luz y la relacionamos con esa luz del país del que partimos, con esa experiencia de la luz que ya llevamos en nuestro equipaje. En segundo lugar, nos centramos en el tacto, el calor y los efectos que provoca en nuestra piel, el sudor, la liberación del cuerpo de las diferentes capas de abrigo que nos han protegido en el lugar de origen, pero que de nada sirven en esta nueva realidad a la que nos enfrentamos. En tercer lugar, el olor, un olor completamente diferente al que estamos acostumbrados a percibir en nuestra ciudad, pero que nuestra memoria relaciona con las tiendas de nuestra infancia, cargadas de especias y de plantas aromáticas. Sin embargo, aunque parecido, este olor no es el mismo y, aunque recurrimos a la memoria, al conocimiento previo para definirlo, aún nos faltan elementos, matices, que tenemos que construir en base a nuestra nueva experiencia. Por último, la gente y su relación con el espacio, esa idea presente en todo el texto de lo diferente que es la manera en la que el individuo, como ser social, se relaciona con el medio y con sus iguales.