El paisaje de las marismas en el Bajo Guadalquivir tiene su origen en los procesos de erosión, transporte y sedimentación que experimentó el río a lo largo del tiempo hasta colmatar el Lacus Ligustinus, el “mar interior” preexistente. De ahí que Sevilla (la Spal fenicia y turdetana, primero, y la Hispalis romana, después) se convirtiera en una conexión marítima fluvial de gran importancia.
En ese entorno, próximo a Hispalis, se sitúa el enclave de Itálica, parcialmente infrapuesto a la localidad de Santiponce y formando parte en la zona libre del Conjunto Arqueológico de Itálica. Itálica fue, asimismo, ciudad fluvial, pero que – frente a Spal y a otros grandes oppida turdetanos, referidos por las fuentes y/o conservados sus nombres prerromanos en la toponimia – sólo data su existencia desde fines del siglo V a.C., al menos en lo conocido hasta ahora en la hipótesis más plausible. No fue, por tanto, la Itálica prerromana un gran centro prerromano, situado entre Spal (Sevilla) e Ilipa (Alcalá del Río), que controlaban, respectivamente, el estuario del río la primera y la salida del mineral de las minas de la cuenca del Guadiamar alto y del Andévalo onubense la segunda.
La presencia romana le ofrece a Itálica la oportunidad de destacar en el panorama urbano del Bajo Guadalquivir, al asentar en ese enclave Escipión el Africano a heridos de la batalla de Ilipa frente a los cartagineses, así como – es plausible – llevar a cabo repartos de tierras entre ellos, que le dan un nombre nuevo y romano al asentamiento, Itálica, en relación con el origen itálico de los licenciados.
Desde el análisis arqueológico del territorio se puede apreciar que en época de Augusto, cuando se convierte en municipio, y a pesar de que no puede competir con Hispalis, controlaba las minas del Guadiamar y el Andévalo, una de las causas del florecimiento económico de sus gentes. Esa vocación italicense hacia los recursos mineros encuentra asimismo otro argumento en la relación de los italicenses con las élites de la ciudad “minera” de Munigua (Villanueva del Río y Minas), en la actual sierra sevillana.
Itálica es la ciudad hispana que más número de senadores proporcionó a Roma a lo largo de la historia del Imperio, sólo después de Tarraco, la capital de la gran provincia Tarraconensis. Ello es muestra de su importancia histórica, pero lo es más que los dos emperadores Trajano y Adriano eran de familias italicenses, exponentes del auge de los hispanos, en general, y de los béticos, en particular; así, el siglo II d.C. supuso el período de máximo esplendor de Itálica, convertida ya en colonia.
Debió de perder importancia con el fin de la dinastía antoniniana (para algunos debería denominarse hispana), ya que la ascensión de los Severos produjo una profunda crisis en la Bética, cuyas élites fueron partidarias, en general, de Clodio Albino, lo que se acompañó con el auge de los territorios norteafricanos.
El Cristianismo supuso cambios importantes en la fisonomía de las ciudades romanas, y lo mismo aconteció en la Bética, tras las reformas anteriores de la época tetrárquica, y aunque Itálica fue sede episcopal, no pudo competir tampoco esta vez con Hispalis, la gran capital de la Bética, que sustituye en importancia a Corduba. No obstante, esos períodos tardorromanos, que enlazan con el mundo visigodo, son poco conocidos en Itálica histórica y arqueológicamente, teniendo un asentamiento casi residual en época andalusí, cuando las fuentes hispanoárabes la llaman “campos de Talca”.