Primer premio
Las periferias urbanas: los paisajes de la movilidad Investigadores responsables: Miguel García Martín y Gonzalo Barroso Peña, Dpto. de Geografía Humana
El paisaje es cualquier parte del territorio tal como la percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos. La Convención Europea del Paisaje (Florencia, 2000) establece esta definición, poniendo de relevancia que cualquier parte del territorio es paisaje, no solo los bellos parajes naturales, los pintorescos campos de cultivo o los bien conservados centros históricos. También los espacios periurbanos, grandes olvidados de la política del paisaje, son merecedores de una especial atención por parte de investigadores y planificadores territoriales. Porque son el lugar cotidiano de una parte importante de la población y porque están afectados por fuerzas y conflictos de uso que enfrentan el beneficio particular sobre el bien común. Todos estos paisajes no se entienden hoy en día sin una de sus cualidades más características: la movilidad y el papel del automóvil como catalizador de la experiencia urbana. La generalización de la vivienda periurbana de baja densidad (suburbia) y las correspondientes infraestructuras metropolitanas conllevan una forma de habitar basada en el flujo constante de los ciudadanos, en una multiplicación del espacio y en una aceleración del tiempo; pero también en una sensación de transitoriedad, momentaneidad y aparente inmediatez, que imbuye la vida cotidiana y la mecánica de la ciudad. Por paradójico que resulte, las vías de comunicación, concebidas para conectar y organizar, acaban por transformar el territorio, hasta configurar una compleja vorágine de piezas fragmentadas e inconexas que trasmiten una desasosegante sensación de desorden. Estas fotografías corresponden al Aljarafe, el sector occidental de la aglomeración urbana de Sevilla.
Movilidad residencia-trabajo en la aglomeración urbana de Sevilla (autovía A-49 a la altura de la cornisa del Aljarafe)
La movilidad define hoy al habitante metropolitano. Los flujos cotidianos entre el lugar de residencia y trabajo generan un movimiento pendular continuo, que ha dado pie incluso a un vocablo propio: el commuter, entendido como la persona que realiza a diario estos desplazamientos. Si a ello sumamos un modelo enormemente dependiente del transporte privado motorizado por excelencia —el coche—, el resultado es visiblemente contundente: una afluencia asimétrica de coches que colapsan las carreteras al amanecer, desde las periferias residenciales al centro de la ciudad donde se localizan los puestos de trabajo; y el correspondiente atasco de vuelta a casa, al atardecer, en el sentido contrario. La fotografía, que capta el “atasco del Aljarafe” a primera hora de la mañana en la autovía A-49, suscita algunos interrogantes: ¿Qué sensaciones y sentimientos experimentan las personas que pasan todos los días entre media y una hora parados en sus coches en medio de esa autovía? ¿Es prioritario para la política de Ordenación del Territorio mitigar los efectos de este modelo de movilidad? ¿Qué papel juegan en todo ello los fabricantes de coches?
Mosaico de formas y usos en la aglomeración urbana de Sevilla
Otro de los atributos que mejor define el paisaje de las aglomeraciones urbanas es el de la fragmentación: los usos de suelo se distribuyen fragmentados y dispersos por todo el territorio sin un orden aparente: viviendas, oficinas, naves industriales, centros comerciales, gasolineras, descampados... colonizan sin (di)solución de continuidad el antaño suelo agrícola, aún ocupado aquí y allá por esporádicas manchas de cultivos. Su imagen también se nos presenta díscola, sin orden y confusa. Estos paisajes resultan así de difícil lectura, generando en el habitante una sensación de desorientación que se hace muy patente cuando se atraviesan las líneas exteriores de la ciudad consolidada. ¿Quién no se ha perdido alguna vez por estos lugares?
Movilidad residencia - trabajo en la aglomeración urbana de Sevilla (los accesos a Sevilla desde el Aljarafe)
Salvando ciertas distancias, esta fotografía es heredera de las muchas vistas panorámicas que desde el siglo XVI representaban la ciudad de Sevilla desde el Aljarafe. En casi todas ellas el río aparecía simbólicamente bien representado, como eje y motor económico de la ciudad moderna. Una de las principales novedades que incorpora esta vista contemporánea —más allá de un skyline muy modificado donde no ha perdido protagonismo la Giralda— centra el tema de la fotografía: se trata de los dos viaductos sobre el nuevo cauce del río Guadalquivir, que simbolizan la victoria de la ingeniería civil sobre los elementos limitantes del medio natural. Sin embargo, una interpretación más retorcida de esta panorámica nos lleva a pensar que ese mismo progreso técnicocientífico que ha permitido conectar la ciudad central con su corona periurbana salvando el río, ha originado nuevos problemas de gestión territorial debido al intenso tráfico que soportan estas carreteras. Los viaductos, que evitan levitando la llanura inundable, “ahogan” al ciudadano-conductor que intenta alcanzar Sevilla cada mañana (véase la anterior fotografía). Ir en contra de la Naturaleza vuelve a ser aquí una lección no del todo bien aprendida...
La desasosegante sensación de desorden de las infraestructuras de movilidad en la aglomeración urbana de Sevilla
Las infraestructuras del transporte (junto con las de telecomunicaciones), facilitan la movilidad de personas, mercancías, capitales e información. Las redes de autovías y otras vías rápidas actúan como un gran sistema circulatorio, de forma semejante a como lo hace el flujo sanguíneo por las venas de un ser vivo. Por ello, las aglomeraciones urbanas se asemejan con frecuencia a un gran organismo, con sus funciones fisiológicas y sus trastornos propios. Estas infraestructuras no solo transforman físicamente el espacio, al conectar unos territorios a costa de fracturar otros, creando siempre nuevos paisajes. También alteran la forma de experimentar el espacio y el tiempo. Estas vías rápidas multiplican nuestra presencia en la ciudad, y nos permiten vivir muchos “momentos” y presenciar muchos “lugares” a lo largo del día. Esta reducción del espacio y la consiguiente aceleración del tiempo es un atributo esencial de la condición posmoderna, de la que tanto participa la ciudad posindustrial.